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Sibilla, hija del viento

7.5
En la más alta de las Cumbres Eternas se alza Velheim, hogar de voladores. Este ha permanecido al margen de las guerras de Aru por cientos de años, y su sociedad se ha conservado fuera del alcance de los vientos de la renovación. Ese será el mundo donde nacerá Sibilla, una voladora pisoteada por el pie del destino y señalada por el dedo de la fortuna para cambiar el curso de aquello que le habían hecho jurar que era intocable… Torturada por un terrible estigma, no le será fácil olvidar. Para desterrar los fantasmas del pasado contará con la ayuda de una variopinta compañía de aventureros: Lizia la mentalista, el bárbaro Ymed y Jhon McCardygan, un alquimista charlatán. Juntos emprenderán una aventura llena de maravillas, una que los llevará más allá del Pantano del Wyverno y los peligros de la nostalgia.

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Sibilla, hija del viento: opinión de una novela de fantasía fresca y ligera
Sibilla, hija del viento: opinión de una novela de fantasía fresca y ligera
Y a veces despierta, presa de un súbito pavor. Y entonces grita con voz ronca, muge y se desgañita como res en el matadero. Sus músculos se tensan, acaso un instante, un epitafio a la altura de su rebeldía poética ante la Parca. Y cuando consigue despegar los párpados, los carroñeros se han alejado. Graznando, protestando entre aleteos como compradores que han sido privados de su mejor negocio cuando la venta ya estaba hablada.

Aleteó y comenzó a elevarse, con torpeza al principio, más rápido conforme ganaba en con-

fianza, pese a que superar cada metro le suponía un verdadero esfuerzo... Pronto, o eso le pareció a ella, sobrepasó la terraza desde donde la observaba su padre, con el rostro algo más serio de lo habitual. Se permitió sonreír, movida por una agradable sensación de triunfo... Y justo entonces una de sus alas impactó contra una arista: decenas de plumas quedaron suspendidas en el aire, mientras que Sibilla caía girando sobre sí misma, totalmente fuera de control. Se golpeó en una muñeca al tratar de agarrarse a un arbusto… Vio pasar dando vueltas la figura de su padre… y sintió que una mano la apresaba por la melena, dolorosamente, pero deteniendo la espiral de su caída. Enseguida otra la aferró por el cuello, subiéndola a pulso para depositarla en el suelo.

Un buitre se acerca, saltito a saltito. Picotea de nuevo la axila, donde la carne es tierna y ya hay abierta una brecha. Otro se posa en la cúspide del cactus, eclipsa el sol con sus enormes alas negras y pica la parte más sabrosa: saca el ojo de su cuenca, lo engulle.

El primero es un hombre de gran tamaño, un mulato con la piel tostada por el sol y llena de

cicatrices. Uno podría empezar a mirarlo por cualquier lado: se toparía con una estampa imponente. Desde los ojos del color de la noche hasta los cabellos castaños, divididos en cinco trenzas igual que su barba. Los músculos brotan a partir de su taparrabos, marcados por una vida nómada, contenidos por brazales de acero y plata. Sus pectorales sudorosos parecen agrietados bajo un collar vasto, de donde cuelgan pequeñas hileras de cuen-

tas blancas. La vasta empuñadura de una espada emerge de su espalda, prolongada en una vaina negra de cuero raído que apunta hacia el suelo en diagonal. La otra diagonal sobre su cruz la traza su arco, y a la altura de la rabadilla, flechas en un carcaj rojo. No lleva más armas ni armadura, porque para Puñoymedio ?Ymed para los amigos?, nunca fue necesario ningún otro pertrecho.

Sergio R. Alarte

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