Xiomara Batista se siente ignorada e incapaz de ocultarse en Harlem. Desde que su cuerpo se volvió curvilíneo, aprendió a dejar que sus puños y su rudeza hablaran por ella. Pero X tiene mucho para decir, por eso descarga su frustración en las páginas de un cuaderno y recita las palabras para sí misma como si fueran plegarias, especialmente después de verse invadida por fuertes sentimientos hacia un chico de la clase de Biología. Ante la determinación de «mami» de forzarla a obedecer las leyes de la iglesia, X comprende que es mejor guardarse sus pensamientos.