Siglo XIX. Ficción histórica, aventura, amor y realismo mágico se conjugan y son el escenario para contar, de manera distinta, la guerra entre descendientes de españoles y aborígenes de Patagonia. En el centro, una mujer blanca que será instruida como chamán por mandato de los dioses de los mapuche. En su largo peregrinar, la protagonista comprobará que no hay ni buenos, ni malos y que en ambos bandos se cometen atrocidades y se produce dolor y sufrimiento. Sin embargo, las contradicciones de vivir e intentar comprender y aceptar ambas culturas marcarán toda su vida.
La cautiva, opinión de la primera parte de Las curanderas de la Patagonia
La cautiva, opinión de la primera parte de Las curanderas de la Patagonia
Maíz, quinoa, piñones, papas, hortalizas, legumbres y carne de cordero fueron los ingredientes principales con los que las mujeres se afanaban en preparar pan de kofke, guiso charquicán, ñachi, mülko alfich, mochkoñ nguillio y muchas otras delicias, que se acompañaban de la bebida tradicional: el muday
Las mujeres de aquella época, que vivían en territorios salvajes, tenían siempre un destino difícil. Las que ponían fin a su cautiverio, cuando eran liberadas, reaccionaban de muy diferente modo; a las traumatizadas, no había más salida que encerrarlas de por vida; a las demás, intentaban reunirlas con sus familias o acababan trabajando de sirvientas para algún terrateniente [...] Lo que nadie parecía darse cuenta es que, las mujeres que vivían en estos territorios limítrofes y aislados, no tenían mejor vida con blancos que con indios. Las que lograban juntarse con algún gaucho, vivían en chacras míseras, pasando hambre y todo tipo de penalidades, continuamente. Otras, se convertían en esclavas sexuales y sirvientas de hacendados sin escrúpulos, que las mantenían en condiciones de semiesclavitud y, finalmente, estaban las que eran mancebas o prostitutas de las tropas, en los cuarteles.
El longko estaba esperando la oportunidad para canjear su valioso botín de guerra con los wingka, en el momento que se dieran las mejores condiciones. Tampoco descartaba la posibilidad de usar a las mujeres capturadas para tender una trampa a la comisión que se presentara, para tratar las condiciones del rescate y aniquilarlos a todos. El odio y el rencor le cegaban, de tal manera, que lo único que le movía era un hambre desmesurada de sangre y de venganza.
Al escuchar el sonido de su voz entraban en trance, sumiéndose en una barahúnda de energía y transformación comunitaria, que provocaba una catarsis generalizada de las almas. Estas ceremonias eran de tal intensidad que, al finalizar, el grupo entero dormía durante varios días.