Las mujeres de aquella época, que vivían en territorios salvajes, tenían siempre un destino difícil. Las que ponían fin a su cautiverio, cuando eran liberadas, reaccionaban de muy diferente modo; a las traumatizadas, no había más salida que encerrarlas de por vida; a las demás, intentaban reunirlas con sus familias o acababan trabajando de sirvientas para algún terrateniente [...] Lo que nadie parecía darse cuenta es que, las mujeres que vivían en estos territorios limítrofes y aislados, no tenían mejor vida con blancos que con indios. Las que lograban juntarse con algún gaucho, vivían en chacras míseras, pasando hambre y todo tipo de penalidades, continuamente. Otras, se convertían en esclavas sexuales y sirvientas de hacendados sin escrúpulos, que las mantenían en condiciones de semiesclavitud y, finalmente, estaban las que eran mancebas o prostitutas de las tropas, en los cuarteles.