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La avenida de los gigantes

El cadáver de un joven con el pecho perforado pondrá contra las cuerdas a los detectives Idris Fischer y Cameron McGrane. Ante ellos se desentierran los fantasmas de un caso archivado por falta de pruebas. Ahora, dos años más tarde, un cuerpo en idénticas circunstancias encabezará una lista de desapariciones y asesinatos carentes de pistas. Se abre así una desesperada investigación a contrarreloj, donde la ayuda de la periodista Elisabeth O’Connor será indispensable.

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Crítica y análisis de La avenida de los gigantes, una novela negra muy diferente
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Ojeé a mi alrededor. «Ni líquidos, ni marcas en el suelo, ni arma homicida... Nada. Tan solo un cuerpo de algo más de un metro setenta, vencido como una pieza de dominó; con un agujero en su pecho que, de agarrarle por los pelos y alzarle ante mí, podría atravesar con mi brazo sin ni siquiera rozar las paredes cauterizadas de su boquete».

- ¿Todavía no lo ha entendido?

- Digamos que fui el más tonto de mi promoción y necesito de sus razonamientos para asimilarlo.

-¿Y qué le ha dado a este tío por cargarse ahora a tanta gente a la vez, tan consecutivos unos de otros? ¿No descansa o qué? - dije notablemente desanimado.

- No os aflijais, chicos. Pronto daremos con el paradero de ese hijo de puta - trató de alentarnos nuestro superior.

Un asesinato con un agujero en el pecho, un chico absolutamente estable, sin problemas y de buena familia. Esto promete. Además, está muy bien escrito.

—Como les decía, en 1976 aparecieron los primeros dibujos en las cosechas de Whinchester, Inglaterra. Al principio eran diseños pequeños, de nueve o diez metros de diámetro, figuras sencillas, nada complejas. Aquel fenómeno fue despertando un creciente interés, tanto de curiosos como de científicos e investigadores. En el año 1991, un par de ingleses jubilados reclamaron la autoría de los mismos, alegando que los hacían doblando los tallos del trigo ayudándose por una madera; y sí, lo «demostraron» ante la televisión de su país. En cambio, poco a poco la frecuencia de las apariciones fue aumentando, los diseños se fueron volviendo cada vez más complejos y de mayor tamaño, algunos llegando a medir hasta doscientos metros de diámetros. Más aún, ya no solo se exhibían en exclusiva en ese punto geográfico, sino que también empezaron a avistarse en Australia, Italia, Nueva Zelanda, Alemania...

—Disculpa, Elisabeth, lo que pasa es que, por lo general, no soy muy amigo de los periodistas. Creo que os limitáis a manipular y tergiversar los hechos; contáis lo que os da la gana, según os da la gana, olvidándoos de los verdaderos acontecimientos con tal de vender y generar morbo.

Marta Martín Girón

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