Angela tenía más de noventa años. Una voz la despertó al alba en su casa de christiania (copenhague), susurrándole al oído que no volvería a contemplar otro amanecer. Lejos de angustiarse, los recuerdos de una vida plena, feliz, ocuparon sus últimas horas. Ella recibió el amor de sus seres queridos, disfrutó, sufrió, amó y fue testigo de un cambio radical en el mundo. Cuando era niña el destino de la humanidad resultaba sombrío. La gente se había vuelto dependiente de la tecnología y las redes sociales, en especial desde la hegemonía de rooftop, el primer entorno de relación colectiva basado en la realidad virtual. Las historias que le relató su padre contenían las claves de la nueva era: códigos concebidos por programadores geniales, hacktivismo, el nacimiento de anonymous y su lucha contra una antigua corriente de pensamiento de la que angela no llegó a saber demasiado. El centro de la conspiración a escala planetaria que supuso el gran cambio fue un videojuego legendario: polybius. Gracias a su padre conoció los secretos que ayudaron a la humanidad a evolucionar hasta una nueva y luminosa era, desde las cenizas de la posverdad que envenenó gran parte del siglo xxi.
Personalmente, me dio la sensación de que Gabriel era un personaje demasiado complaciente con los deseos del propio autor. Listo, bueno, doble agente y cuando ha de morir, descubres que en realidad está vivo y está en Christiania. Quizás, para mi gusto, la novela habría ganado mucho con la muerte de este. O incluso con su anexión a Cognitio. Al fin y al cabo, no todos los niños pobres del comienzo de las novelas tienen por qué ser magníficas personas de adultos.
Aunque, eso sí, a mí Efecto Polybius me ha dado ganas de desempolvar algunos juegos retro pasados. Eso es cierto