«Entonces reparó en Mathilde [...]. Le bastó una ojeada para saber que no podría hacer nada por ella. Mathilde movió un brazo con dificultad, sacó una fotografía del bolsillo y susurró:
-Dile a Marie que la quiero.
Paul acarició sus cabellos, guardó el retrato de la niña y besó el rostro de Mathilde. A partir de ese momento, nada volvería a ser como antes.»