¿Somos las únicas que al ver cómo Saturnine encerraba hasta la muerte a don Edelmiro nos sentimos ligeramente traicionadas? Lejos de lo enfermizo que es el propio protagonista, Amélie es capaz de hacer que nos enamoremos poco a poco de sus excentricidades, que pasemos por alto la locura de sus ideas aristocráticas en pos de su amabilidad. Saturnine, sin embargo, es la voz de lo políticamente correcto: poner pruebas mortales a los amados es malvado y cruel y don Edelmiro debe ser castigado por ello. Exceptuando el hecho de que no lo castiga por los asesinatos de las 8 mujeres anteriores. En realidad, lo que hace, es vengarse porque no quiere que su fotografía aparezca con el del resto de las mujeres muertas. Ella, que tanto hablaba desde un plano superior al de don Edelmiro del amor, es capaz de condenarle a morir por congelación de una forma realmente similar a la que él hizo con el resto de sus mujeres. Especialmente cruel fue el momento en el que él, resignado a su suerte, le suplica que se quede al otro lado de la puerta para no morir solo, y cómo ella, que decía amarle, se marca con el champán de fiesta a brindar por su amiga. Así que realmente, Barba Azul, lo que nos está demostrando es que no es mejor persona Saturnine que don Edelmiro. Ambos excéntricos e interesados son capaces de llevar sus convicciones hasta el final, sin que les importen las consecuencias.
Barba Azul no es una de las mejores obras de Amélie Nothomb, pero tampoco es tan mala como dice la gente. Es una historia entretenida en la que Amélie revisita el cuento de Charles Perrault, Barba azul, enfrentando a una mujer intelectual y feminista con un rancio aristócrata español del que se dice que ha matado a 8 mujeres.