¿Alguna vez has tenido una compañera de piso que convierte la bañera en su rincón de reclusión emocional y te obliga a vengarte meándote en su cuenco de porcelana? ¿O has vivido el drama de que tu mejor amiga se largue de la noche a la mañana con la fianza del alquiler y un año después llame a la puerta con cara de no haber roto nunca un plato?
Sophie Bédard nos introduce en el día a día de tres amigas: Lucie, Nana y Jeanne que sobreviven como pueden a la precariedad, el aburrimiento y el tedio en Quebec. Jeanne odia su trabajo y a su jefe misógino que le habla como si fuera corta y le obliga a realizar tareas de becario porque es un cutre; Lucie no supera la ruptura con el vampiro emocional de su novio, François, y pasa los días en el fondo de la bañera esperando a hundirse; y Nana ha vuelto con un secreto alojado frente a la columna y con muy poca responsabilidad afectiva sobre lo que provoca en la gente a la que rodea.
No es el fin del mundo es un cómic sobre la amistad, los buenos momentos y la resiliencia hecho por y para echarte una risas, divertirte, no sobrecomplicar la lectura con análisis insustanciales y, de alguna manera, conectar con el caos de tres mujeres tan diferentes entre sí. Publicado sobre la traducción del original francés de Sophie Bédard, la cual ha conquistado medio Quebec (y se ha llevado de paso los premios Bédélys y Doug Wright al mejor libro del año), No es el fin del mundo es el must de esta temporada que te recordará a los mejores momentos de *Giant Days,* con un humor que te hará soltar más de una carcajada tú sola como el extraño ser que en el fondo, todos somos.
Lucie lo ha dejado con François. O, sería más correcto decir que él la dejó a ella. Hecha un mar de lágrimas, pasa sus días lamentándose y flotando en la bañera del único cuarto de baño de su piso compartido, sacando de quicio a su rígida y estricta compañera Jeanne.
Y es que Jeanne no solo tiene que soportar que su jefe la trate como si tuviera un problema para procesar mentalmente datos complejos, sino que encima ni siquiera puede mear en paz sin encontrarse a Lucie a punto de perder la respiración o coger una hipotermia en el fondo de la bañera.
Su vida parece miserable, pero las cosas cambiarán cuando Nana, su ex-compañera de piso (la que se largó de la noche a la mañana con todo el dinero de la fianza y de la cual no han sabido en meses), aparece por la puerta como si nada. Nana necesita un sitio para quedarse hasta aterrizar de pie y conseguir un trabajo, y aunque Jeanne es bastante más precavida y rencorosa, el corazón de Lucie se derrite en cuanto vuelve a contar con una amiga que no la juzga por estar triste por su ruptura.
El arte de Sophie Bédard en No es el fin del mundo no se esfuerza por deslumbrar con detalles minuciosos o composiciones recargadas. Al contrario, opta por una estética sencilla que, lejos de ser una limitación, se convierte en una herramienta poderosa para conectar con la cotidianidad que narra. Al igual que un buen comediante que no necesita complejas acrobacias para hacerte reír, el dibujo minimalista y limpio del cómic se alinea a la perfección con el tono humorístico y las dinámicas entre los personajes, haciendo que la narración fluya como una conversación con una amiga que no ves hace años.
El estilo gráfico puede evocar el manga japonés en ciertos aspectos: fondos reducidos al mínimo, líneas gruesas y una atención especial a la expresividad de los personajes. Los fondos, cuando aparecen, funcionan como un marco sutil para dar contexto sin robar protagonismo a las figuras humanas y sus interacciones. En otras ocasiones, Bédard se deshace de ellos por completo, dejando espacio para que las emociones o las conversaciones respiren, un recurso que permite que el ojo se concentre plenamente en el diálogo o en los momentos clave de la narrativa.
Sin embargo, lo más destacable es la manera en que el diseño de los personajes refleja sus personalidades. Lucie, con su figura pequeña y curvas suaves, parece encapsular una ternura melancólica que hace que su historia de desamor sea aún más impactante. Por otro lado, Jeanne, más robusta y de líneas firmes, proyecta solidez y pragmatismo, en sintonía con su personalidad estructurada e inflexible incluso a la hora de disfrutar de unas tortitas caseras. Nana, por su parte, es pura angulosidad: delgada, puntiaguda y casi caótica en su diseño, lo que refleja perfectamente su naturaleza impredecible y emocionalmente distante.
Este contraste no solo ayuda al lector a identificar rápidamente quién es quién en cada viñeta, sino que también refuerza el carácter de cada una. Es una suerte de "estereotipado visual", pero ejecutado con maestría, que aprovecha la morfología para sumar capas de significado sin necesidad de explicaciones adicionales.
Bédard a menudo se toma su tiempo con pequeñas viñetas que detienen la acción, creando una pausa humorística o emocional. Este tipo de narrativa, heredera de los principios de la animación, te permite sumergirte en el momento, haciendo que hasta la más simple expresión de Lucie en la bañera o un gesto de exasperación de Jeanne se perciba, ante el ojo del lector, como una escena completa y acabes riéndote a carcajada limpia.
Además, el uso de estas pequeñas viñetas no solo da ritmo a la narrativa, sino que también construye una atmósfera íntima que hace mucho más creíble la historia y las dinámicas entre las chicas y que hagan que, en general, el conjunto funcione. Desde un suspiro de frustración hasta un momento incómodo entre las protagonistas, cada pausa añade capas de humanidad y dinamismo a la trama, recordándonos que los grandes conflictos de la vida también ocurren en los gestos más pequeños (y que encarna de esta forma el título de la propia obra, No es el fin del mundo). Es en estos instantes donde Bédard consigue que el lector no solo vea la historia, sino que la viva, como si fuera una amiga más en el caos de este trío irrepetible.
No es el fin del mundo se soporta, íntegramente, de la relación y las dinámicas entre las tres amigas. No es por ello de extrañar que cada una cumpla una función en este pequeño ecosistema que han montado.
Por un lado, es más que evidente que Jeanne es la madre del grupo. A excepción del momento en el que Nana y Lucie se ponen a hacer tortitas (algo que puede percibirse más como un momento recreativo y puntual para hacer algo divertido juntas que una costumbre), Jeanne es la única que cocina, tiene un trabajo de adulta e intenta aterrizar la locura de la vida que lleva el resto. Precisamente por ello, y por ser el último bastión de cordura y racionalidad frente a una Nana tóxica como una planta salvaje y una Lucie que se sumerge durante horas en agua cuando está triste, es continuamente acusada por el resto de ser demasiado borde, fría y poco empática. Y, al fin y al cabo ¿quién la va a culpar? Jeanne parece cínica y fría, pero también es la única capaz de comprender que Nana ha vuelto de la nada, sin un duro encima, después de haberlas ghosteado durante meses y sin ofrecer ni la más mínima explicación al respecto. Su forma de ver la vida, aunque pesimista y algo iracunda, es comprensible y permite que la dinámica del grupo no se dispare demasiado.
Por otro lado, Nana es, por decirlo de alguna manera, el agente disruptor o el caos. Es esa amiga que se come lo que dejas en la nevera sin avisar ni pedir disculpas después, poco empática, egoísta hasta decir basta, extrovertida y divertida: la típica persona con la que no podrías contar en un momento de dificultad pero que tampoco se dignaría a pedirte ayuda cuando ella lo necesite. Con un profundo trastorno de desapego, Nana prefiere relacionarse con desconocidos a nivel emocional antes que con sus compañeras de piso, relativiza cualquier problema y emoción y obliga, tanto a Jeanne como a Lucie, a salir de su burbuja de rutina autocompasiva en la que se han sumergido.
Y por último, nos encontramos a Lucie, la dulce Lucie, que aunque es una adulta y como tal se la ve disfrutando por fin de sexo desapegado por primera vez en su vida, en la novela gráfica hace el papel de hija de Jeanne y Nana. Es su vínculo de unión, su nexo y lo que las mantiene unidas: apoyar a su melodramática, tímida, desafortunada, algo cobarde pero adorable a los máximos entremos de Lucie conforme esta se escapa de su cascarón llamado François y va estirando las alas como la columna de consejos románticos que ostenta.
Ya lo he hecho. Desde que leí el cómic he vuelto a él para reírme con Jeanne, Lucie y Nana del caos en el que se ha convertido su vida y lo he recomendado a cualquiera que haya querido escucharme hablar de él. Y es que este tipo de novela gráfica, divertida, graciosa y hecha para aligerarte el peso de la vida, es mucho más compleja de hacer creíble de lo que parece, y sin embargo Sophie Bedard lo borda.
Al terminar de leerla tienes la sensación de que necesitas leer más historias de estas tres protagonistas y que esta suerte de Giant Days maduro y adulto podría convertirse fácilmente en una serie animada de Netflix o Amazon Prime que enganchase a todo el mundo.
No es el fin del mundo nos recuerda que todo el mundo tiene problemas, que las amistades no son perfectas y que, a veces, solo nos quedamos las unas a las otras. Para aceptarnos como somos. Para acompañarnos en esa terrible lucha diaria que a posteriori descubrimos que tampoco era para tanto.
Un cómic genial donde los haya.
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