¿Recuerdas lo sola que te sentías en tu adolescencia? ¿Lo increíblemente fea, incomprendida y apartada de todos cuanto se supone que tenían de estar ahí para apoyarte y ayudarte? Quizás no fue así como creciste tú, pero sí es la manera con la que Jung Jin tuvo que abrirse paso, a lo largo de una turbulenta adolescencia, en un instituto americano que ni siquiera se esforzó en aprender su nombre.
A lo largo de los años, Deborah, Debbie, Deb o Jung Jin, cambió de nombre, se esforzó por encajar, intentó hacer amigas y sintió cómo la marea de los prejuicios de su madre, profesores, raza y gente a su alrededor, acababa ahogándola hasta amenzar con impedir que saliera a la superficie. Esta es su historia. Déjame que te cuente cómo la he vivido yo.
Deborah se ha mudado muchas veces. Quizás es por eso por lo que no encaja en ninguna parte. Conforme el primer año de instituto se acerca, la joven surcoreana intenta aferrarse a aquello que la mantenía cuerda en el colegio: la orquesta, su amiga Kate, sus buenas notas en los exámenes…
Lo que no esperaba era que el instituto, con sus clases avanzadas, sus nuevas dinámicas sociales y la competitividad de sus miembros, la hiciera sentirse cada vez menos apta, menos digna, menos capaz de mantener el ritmo que ella misma y su madre con tanta violencia le imponen. Hasta que llega el día en que, incapaz de seguir a flote, Debbie cae en picado.
En el limbo es un cómic autobiográfico que narra el viaje de madurez de su autora, Deb JJ (Jung Jin) Lee; y que me aspen si no es una obra valiente. A lo largo de alrededor de 372 páginas, Deb realiza un salto de fe y de confianza al vacío y pone, frente al ojo crítico de los lectores, las partes más vergonzosas y catastróficas no solo de su vida, sino también del maltrato que sufrió en su casa.
Y es que, plantéatelo por un segundo: tienes una relación realmente conflictiva con tu madre, a la que has intentado perdonar a lo largo de los años por todo tipo de abusos físicos y mentales, tratando de entender que lo hizo lo mejor que pudo, y decides arriesgarte a publicar una obra que expone ante los ojos de la gente su comportamiento tóxico. Es maravilloso ver cómo la autora ha tenido el valor de contar su historia, exponiéndose ante los ojos del público y mostrando su turbulenta adolescencia, incluso al admitir decisiones egoístas o moralmente cuestionables. Al hacerlo, se arriesga al escarnio público y a posibles represalias violentas de su madre, cuya narcisista y tóxica personalidad queda clara a lo largo de la obra. Y, sin embargo, como hizo a lo largo de su adolescencia, persevera hasta regalarnos esta maravillosa historia.
El dibujo de En el limbo es un elemento crucial que intensifica la experiencia narrativa del viaje de la autora. Diseñada exprofeso en tonos azules de forma que la atmósfera melancólica, solitaria y reflexiva de la voz interior de la protagonista quede patente, En el limbo se va abriendo a ti con la predisposición de que lo tomes como un diario rescatado de alguna caja de recuerdos. Con ese fin, la autor relata todos los recuerdos de su pasado en una primera persona del singular totalmente subjetiva que de alguna manera deforma la realidad para que la podamos percibir exactamente como ella sintió en ese momento.
De esa manera, la disforia corporal de la Debbie adolescente queda totalmente patente en la manera en que se dibuja a sí misma: mientras las otras chicas son representadas con detalles minuciosos y pestañas largas, ella se retrata de forma mucho más cruda, redonda, simple y desaliñada. El cómic va alternando paisajes y fondos elaborados y cargados de detalle en los momentos en los que Debbie no está sobrestimulada por la presión de las personas que la rodean (la playa, el parque, Nueva York…) con primeros planos que transmiten la creciente desconexión emocional de la propia chica y su soledad dentro de su propia cabeza.
Así, Lee crea en momentos puntuales de En el limbo páginas completas con una fuerza dramática impactante, capturando de manera poderosa los momentos más vulnerables y significativos de su vida y transmitiéndote, sin necesidad de recargar la escena con palabras ni largos diálogos, el dramatismo de su vida.
Uno de los pilares de la obra y principal tema del conflicto interno que siente Debbie es su desconexión con el resto de personas que le rodean y que debían ser, según los estándares sociales, su principal red de seguridad. Esta necesidad de pertenencia inherente a la propia joven se manifiesta en la obra a través de su búsqueda constante de identidad y reconocimiento alrededor de su entorno. Sin embargo, esto que para Sartre es algo natural y sencillo, la protagonista de En el limbo convertirá esta necesidad en una fuente constante de angustia y desesperación.
Desde el momento en que su familia emigró de Corea del Sur a Estados Unidos, Deborah es dolorosamente consciente de su alteridad. Su madre, quien debería ser su principal apoyo, la critica constantemente, comparándola con un ideal inalcanzable tanto en términos académicos como estéticos y recalcando una y otra vez la escasez de compromiso de la joven, lo poco que ayuda y manteniendo la idea de que estará permanentemente en deuda con su madre por los grandes sacrificios que hizo por ella. En casa, no solo se siente incomprendida, sino también duna forastera en su propio hogar.
El instituto, como es evidente, tampoco ofrece el refugio que Deborah necesita. Esta ausencia de identidad que queda manifiesta en las primeras páginas, en la que se puede ver cómo los profesores no pueden pronunciar correctamente su nombre coreano (Jung Jin), va aumentando conforme ella se adapta y pasa a llamarse Deborah, Debbie o Deb. Ese intento desesperado por encajar que a menudo sufren los hijos de inmigrantes asiáticos en países occidentales, nos deja claro desde el comienzo la enorme brecha que hay entre el resto del mundo que la rodea y ella. Por si fuera poco, Debbie, que es evidente que no es americana del todo, tampoco es completamente coreana y cada semana acude a una escuela donde su falta de dominio del idioma la aísla aún más, haciendo evidente que no encaja en los estándares culturales ni de Corea ni de Estados Unidos.
Esta brecha comunicativa se refuerza con los diálogos que Deb JJ Lee introduce cada vez que Debbie habla con sus familiares por teléfono o con su madre, donde el coreano aparece introducido como garabatos, de manera que el significado se pierde también ante los ojos del lector y transmitiéndonos esa incomprensión de la propia autora.
El comienzo de su vida en el instituto marca un punto crítico en la vida de Deborah. No solo se enfrenta a la dificultad de encajar socialmente, sino que también debe competir a un nivel académico y artístico mucho más alto que el que estaba acostumbrada. Y es que este entorno de alta competitividad y expectativas gigantes por parte de ella misma, de su madre y de sus profesores la bloquea completamente, haciendo que se vaya quedando rápidamente atrás. La presión de sobresalir tanto en sus estudios como en la orquesta, donde toca el violonchelo, se convierte en una carga insoportable. A medida que el nivel de exigencia aumenta, Deborah comienza a auto-sabotearse y deja de realizar las actividades que suponen un esfuerzo, como practicar con el violín, entrando en una espiral destructiva que se amplifica conforme ve que sus compañeras logran algo que a ella se le escapa.
En lugar de recibir apoyo y comprensión, Deborah se enfrenta a la rigidez y la presión constante de su madre, quien no entiende la magnitud de su angustia. En un intento desesperado por controlar y motivar a su hija, su madre llega a espiarla desde el otro lado de la puerta, lista para reprocharle cada vez que no está practicando lo suficiente. Su incomprensión llega hasta tal punto que su forma de presionar y maltratar física y verbalmente no hace más que destruir paso a paso la autoestima de Deborah. Así, esta imagen que la joven tiene de ser una fracasada es retroalimentada por el desprecio de su madre, conviertiéndose en una profecía auto-cumplida y atrapándola en un ciclo de auto-devaluación y desesperanza.
Conforme la obra avanza, veremos cómo Deborah se desconecta cada vez más de su amiga Kate, mostrándonos por momentos lo compleja y demoledora que puede ser la depresión, ya que, al estar tan centrada es sus propias penurias, descuida totalmente a la única persona que estuvo a su lado en los malos momentos. Al mismo tiempo, Debbie se obsesiona por su nueva amiga, Quinn: perfecta, guapa, feliz y optimista. La simple idea de poder ser la amiga de alguien que la protagonista percibe como alguien tan maravilloso, llena a la joven de esperanza y de ilusión y la empuja a probar cosas que no haría de otra manera, como el dibujo.
Desafortunadamente, como la autora se esfuerza en mostrarnos, Debbie no tiene referencias de una relación afectiva estable y equilibrada, por lo que su amistad con Quinn empieza a ser obsesiva, complicada y finalmente estalla en un conjunto de victimismo, culpabilidad y malas decisiones. Con una valentía inusitada, la autora nos muestra cómo se aferró desesperadamente a la única conexión que logró hacer y cómo se sintió celosa y territorial cuando esta se relacionaba con otras personas. Esta falta de equilibrio en sus relaciones afectivas la lleva a dejar de lado otras amistades, incapaz de mantener un círculo social saludable y diverso. La dependencia emocional se convierte en una trampa que refuerza su sensación de inadecuación y aislamiento.
Y es que En el limbo toca estos temas con una crudeza envidiable, abordando el tema del suicidio, cómo afecta a las personas a nuestro alrededor que tomemos una decisión tan dura y definitiva, la dependencia emocional y lo injusto que es responsabilizar a las personas que solo intentan ayudar de nuestras cargas y problemas, el papel liberador del arte, la disforia corporal y, lo más duro de todo, la necesidad de comprender y perdonar a aquellos que nos hicieron daño en el pasado.
Si te gustan las novelas gráficas autobiográficas y los temas como la depresión, la desconexión personal y la depencia emocional, sin duda En el limbo acabará encantándote. Mi progresión con la obra hizo que mi ojo dejara de percibir a Debbie como la adolescente cabezota y autocompasiva que me parecía ser en las primeras páginas a llegar a entender el por qué de su comportamiento hacia la mitad.
Es una obra valiente que trata diversos temas que te amplían la forma de ver el mundo y que te ayudan a empatizar con aquellos que, a pesar de compartir contigo espacio, clase y trabajo, sin lugar a dudas pueden llegar a sentirse muy solos.
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