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Los misterios de la taberna Kamogawa: opinión de un libro de relatos para los apasionados de la gastronomía japonesa

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Imágen destacada - Los misterios de la taberna Kamogawa: opinión de un libro de relatos para los apasionados de la gastronomía japonesa

En una calle perdida de Kioto, escondida en un local sin carteles ni cortinas que demuestren que está abierto, se esconde la taberna Kamogawa y la agencia de detectives gastronómica. En ella, Nagare, un antiguo policía, pasa sus días preparando auténticas delicias a un pequeño grupito de clientes regulares. Su obsesión por elevar la cocina encontrando ingredientes auténticos de diferentes lugares de Japón le ha granjeado una fama de la que se esconde a conciencia.

Dicen que es capaz de replicar cualquier plato que recuerdes, no importa el tiempo que haya pasado. Y así, con la ayuda de su hija Koishi, van resolviendo casos capaces de llegarte al corazón bocado tras bocado.

Los misterios de la taberna Kamogawa: un libro de relatos marinado y presentrado como una novela.

Al comenzar la lectura de Los misterios de la taberna Kamogawa uno podría, equivocadamente, pensar que se encuentra ante una novela convencional. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Este encantador librito de Salamandra con olor a sakura-mochi y sopa de miso con pescado se revela, tras una humeante primera lectura de sus capítulos iniciales, como una colección de relatos cortos.

Y es que aunque Salamandra Editorial lo anuncie como una novela completa, seguramente con un interés comercial por detrás (ya que es innegable que las novelas venden más que los libros de relatos), Los misterios de la taberna Kamogawa es, sin lugar a dudas, un libro de historias cortas. Así, cada uno de sus capítulos cuenta con su propio arco narrativo que se repite, exactamente igual que en la receta de un nikujaga casero, sin variar en ningún momento ni una pizca de su estructura.

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Una vez comprendes esto entiendes que no se puede, y repito, no se puede devorar Los misterios de la taberna Kamogawa en una tarde o un par de días. Al igual que con la filosofía gastronómica japonesa que aboga por disfrutar de diferentes sabores con lentitud y en pequeños bocados, esta obra debería leerse con calma y paciencia, tomándote tu tiempo para buscar la apariencia de los platos que aparecen descritos y dejando un par de días entre cada uno de los capítulos de forma que su estructura no te parezca repetitiva y puedas disfrutar cada historia con la misma intensa y reconfortante familiaridad.

La estructura de cada capítulo es tan reconfortante como una sopa con udon caliente.

La fórmula narrativa de la Los misterios de la taberna Kamogawa es tan reconfortante como los platos que preparan sus protagonistas:

  1. Un cliente despistado vaga por las calles de Kioto buscando la famosa taberna Kamogawa y al llegar se fija en que no tiene ni letrero ni cortinajes que indique está abierta.
  2. Entra entonces en el local donde probará la especialidad del día o el omakase más delicioso, donde Nagare demuestra su increíble talento para la cocina nombrando diferentes platos y dsu elaboración con ingredientes de lugares perdidos de todo Japón.
  3. Tras la comida, el cliente acude a la oficina de la agencia de detectives, deteniéndose en las fotografías gastronómicas a lo largo del pasillo. Allí, le transmite a Koishi, la hija, el encargo de recrear un sabor perdido en el tiempo, un plato que encapsula un recuerdo, una emoción o un momento irrecuperable.
  4. El relato termina con el cliente volviendo dos semanas después y reconstruyendo un momento especialmente conmovedor cuando prueba la comida que Nagare, con tan buen criterio, ha preparado para él.

Como ves, al repetirse continuamente la fórmula como en una buena receta de repostería, leer de corrillo Los misterios de la taberna Kamogawa es desperdiciar por completo el efecto sinestésico y emocionante que pretende transmitirnos, ya que cada plato y elaboración van dirigidos a alimentar, de alguna manera, nuestro propio corazón.

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Kuboyama paseó la vista por el local. Había cuatro mesas para cuatro comensales y cinco taburetes frente a la barra que separaba la cocina del comedor, pero un solo cliente: un joven sentado a la barra. No había menús sobre las mesas, ni siquiera uno grande en alguna de las paredes donde, en cambio, un reloj marcaba la una y diez: la hora de la comida.

El joven de la barra posó el cuenco vacío en la mesa y pidió:

—Koishi, un té, por favor. —Deberías comer más despacio, Hiro —le sugirió Koishi mientras le servía con una tetera de cerámica Kiyomizu-yaki—, te va a sentar mal.

Un viaje gastronómico que recorre el corazón de los personajes y que alimenta el alma.

Los misterios de la taberna Kamogawa recoge un maravilloso formato que ya conocíamos gracias a la popular serie de Netflix ‘La cantina de Medianoche: historias de Tokio’ en la que la comida era realmente una excusa para poder ahondar en las historias más trágicas y las emociones de los clientes que acuden a este pequeño rinconcito. Sin embargo, lo que para algunos puede ser una simple recopilación de historias enternecedores, esconde en realidad mucho del sentir real japonés.

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A través de sus relatos, la obra nos adentra en el complejo entramado del honne y el tatemae: conceptos que definen la dualidad entre los deseos y sentimientos verdaderos (honne), que se revelan ante los ojos de Nagare y Koishi al final de cada relato y la fachada pública que se muestra al mundo (tatemae). Así, cada historia se convierte en una ventana a este aspecto tan íntimamente japonés, donde las emociones profundas y las verdades personales a menudo permanecen veladas bajo capas de cortesía y obligación social.

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—Al parecer el chef es tan famoso que muchos viajeros que tienen que hacer transbordo en Nagoya escogen horarios que les permitan ir a comer allí —explicó Nagare—. Como acabo de decirte, el plato que comiste tú no eran unos espaguetis napolitan, sino otros que en el restaurante llaman “italian”, y que se sirven, sobre una plancha de hierro, encima de una tortilla que va cociéndose con el calor remanente de la plancha: ése es el color amarillo que recordabas. En cuanto a la botella roja que tu abuelo fotografió, tiene que haber sido un frasco de salsa tabasco como este, solo que mucho más grande. De hecho, yo tampoco pude resistirme a hacerle una foto con mi cámara digital.

Por ejemplo, en la conmovedora historia de Suyako y su marido, nos enfrentamos al peso del sentido de responsabilidad que permea la sociedad japonesa, un legado del confucianismo que valora el orden, la armonía y el deber por encima de la individualidad. El acto de divorcio del marido, lejos de ser una manifestación de fracaso personal o marital, se presenta como un sacrificio supremo por el bienestar y la honorabilidad de la familia, una restitución por un agravio causado, aunque sea indirectamente, a seres queridos.

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Este enfoque en el honne y el tatemae a través de las interacciones en la taberna Kamogawa no solo nos ofrece un vistazo a la cultura japonesa menos visible para el observador externo, sino que también subraya la universalidad de la experiencia humana: el anhelo de conexión, la complejidad de las relaciones y el poder redentor de la comida como puente entre el corazón y el mundo exterior.

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—Empezando por la parte superior izquierda —comenzó a explicar Nagare mientras señalaba los platos con un dedo— tenemos ostras de Miyajima preparadas al estilo de Kurama; brochetas de awafu, que es una pasta ligera de trigo al vapor mezclado con castañas, con salteado de brotes de petasita fuki al miso; guiso de helecho y brotes tiernos de bambú; pescado de agua dulce moroko a la plancha; pechuga de pollo de Kioto al wasabi; rollo de caballa de Wakasa en vinagre envuelto en láminas de nabo marinado en sal y vinagre. Y para acabar, en el cuenco de abajo a la derecha, buñuelos de almeja al vapor con verduras y almidón de kuzu. El cliente que vendrá esta noche me pidió expresamente “una comida de reminiscencias invernales y ansias primaverales”, de ahí estos platos. Hoy, además, tenemos arroz de la variedad koshihikari de Tanba —concluyó—. ¡Buen provecho!

Una elección gastronómica de ensueño: los platos de Los misterios de la taberna Kamogawa no se parecen a nada que hayas conocido

Si cuando leí *La hija del loto (*Paloma Orozco. Edhasa) os dije que la obra elevaba su narrativa empleando una gran cantidad de términos y conceptos en japonés, en el caso de La taberna Kamogawa, esto se eleva a un nivel de cultura nipona sin duda exigente para el lector de a pie.

Y es que la aproximación a la gastronomía japonesa que hace la obra, lejos de limitarse a las recetas más conocidas que han llegado a occidente a través de restaurantes, películas y libros de recetas, se convierte en un detallado recorrido por la diversidad culinaria de Japón, explorando no solo platos emblemáticos como el nabeyaki udon o el sushi de caballa, sino también especialidades menos conocidas fuera de sus fronteras, como los espaguetis napolitan, un plato que curiosamente también aparece en las obras de Haruki Murakami.

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Lo que realmente distingue a esta obra es cómo se detiene en el proceso de preparación de cada plato, subrayando cómo una variación en la técnica o en los ingredientes puede transformar completamente un sabor. Esta atención al detalle no solo se aplica a la comida: la recreación del espacio en el que se sirven estos platos es igualmente importante. Nagare y Koishi se esfuerzan por ajustar el ambiente de la taberna para evocar los recuerdos y emociones asociados con cada plato, creando una experiencia que va más allá del simple acto de alimentar el cuerpo para así elevar también el espíritu, introduciendo, además, la importancia de la vajilla en este ritual gastronómico.

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Ambos se observaron un instante y después soltaron una carcajada. —Se nota el puntito amargo del tallo de crisantemo, Un sabor muy de Kioto, ¿no? Tras dar buena cuenta de la ensalada de tallos acompañándola con arroz, Kuboyama hizo crujir un pepino macerado. —Si quieres —sugirió Nagare—, podemos ponerle té verde tostado al arroz para que te lo tomes como una sopa chazuke con el guiso de sardinas al estilo de Kurama. Koishi, ¡sírvele el té bien caliente!

El momento del omakase, cuando se sirve el plato elegido especialmente por el chef, es especialmente significativo. Representa la confianza plena en el cocinero, un acto de entrega que se ve recompensado con una experiencia culinaria única e irrepetible. Este primer bocado, servido con una atención exquisita al detalle, encapsula la esencia de Los misterios de la taberna Kamogawa: una celebración de la comida como un arte capaz de conectar el pasado con el presente, los recuerdos con los sabores, y el alma del cocinero con la del comensal que es capaz, como si de una conexión mágica se tratara, de convertir ese momento aparentemente rutinario en una experiencia capaz de abrir el apetito del comensal y del lector al mismo tiempo.

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—Tofu frito servido en un caldo de algas arame. Croquetas de pulpa de soja. Tallos de crisantemo hervidos en caldo de pescado. Sardinas cocinadas al estilo de Kurama. Albóndigas de tofu, hierbas, huevos y semillas de sésamo. Tocino guisado en té bancha y láminas de tofu fresco servido con carne y ciruelas pasas. Y también algunas verduras que Koishi ha macerado en salvas de arroz. Pero te advierto que no esperes gran cosa. En realidad, lo más destacado es el arroz goshu al dente, así como la sopa de miso con sabor a raíces de taro. ¿Quieres un consejo? Ponle una pizca generosa de pimienta sansho y sentirás un agradable calorcillo por todo el cuerpo. ¡Buen provecho!

Mi opinión sobre Los misterios de la taberna Kamogawa

Esperaba que Los misterios de la taberna Kamogawa fuera una obra tan reconfortante como lo fue para mí contemplar las historias de Midnight Diner: Tokyo Stories, pero en su lugar me he encontrado una obra completamente diferente de lo que preveía.

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Tras la sorpresa inicial al darme cuenta de que realmente me encontraba frente a un libro de relatos y no una novela, lo cual me obligó a reajustar totalmente mi forma de aproximarme a la obra para dedicarle ese tiempo entre capítulos muy necesario, la experiencia de lectura mejoró enormemente.

Y es que Los misterios de la taberna Kamogawa es una obra sencilla, fácilmente digerible y con historias ligeramente conmovedoras al final. Para mí, lo que más valor tiene de la obra es, sin lugar a dudas, las increíbles descripciones de los momentos en los que los comensales, a menudo apáticos o escépticos, comienzan a comer y sus espíritus se calientan y sus resistencias se ablandan. Es maravilloso ver las exactas descripciones de esos platos que solo podemos llegar a soñar con probar en algún momento y cómo la recreación de cada ingrediente va acompañado de una profusa, aromática y sinestésica descripción del proceso de la elaboración.

Es para mí, por tanto, un libro que tendrá valor para aquellos apasionados de la gastronomía y de Japón, más que para lectores habituales de historias de relatos japoneses. Un librito sin duda capaz de abrirle el apetito a cualquiera.

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