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Una flor: opinion de un libro al que hay que aproximarse con humildad para entender su belleza

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Imágen destacada - Una flor: opinion de un libro al que hay que aproximarse con humildad para entender su belleza

Primer relato: una flor

Asako es una mujer que, tras enviudar, pasa sus días viviendo con una amiga a la que le profesa un fuerte afecto (Sachiko) y con la que tiene una relación de difícil definición. Mientras las estaciones van pasando y Asako trabaja en la revista de una asociación, la protagonista se hace preguntas que marcan un antecedente al feminismo moderno, el socialismo japonés y una crítica, en definitiva, al sentido contemplativo de la vida.

Una flor es realmente una ventana a la vida de Yuriko

El primer relato que encontraremos en Una flor tiene exactamente el mismo nombre que el libro. Gracias a la pulida introducción biográfica de Virginia Meza y Satori Ediciones, no nos costará demasiado descubrir que Sachiko y Asako son en realidad versiones de Yuriko y Yoshiko. Ambas mujeres comparten el hogar y su día a día, de forma que esto da a pie a múltiples conversaciones y comentarios en los que la propia autora se plantea la realidad del socialismo en Japón y unos comienzos conceptuales y titubeantes del feminismo japonés.

No hace falta avanzar demasiado en la obra para encontrarnos con una de estas primeras reflexiones en una escena en la que dos jóvenes acuden a ver a Sachiko para que esta les aconseje sobre el trabajo que pueden buscar. Sachiko les pregunta a qué querrían dedicarse, en qué son buenas y si necesitan el dinero para vivir, pero cuando ellas mismas confiesan que no lo han pensado demasiado, Sachiko las despide sin demasiados miramientos.

En este punto, una Yuriko encarnada en Asako hace una reflexión capaz de anticiparse al futuro. Ella misma dice que al principio con su trabajo en la revista, se sentía realmente orgullosa del hecho de ganarse ella misma la vida, pero que con los años empezaba a dudar incluso de la necesidad misma de una mujer de trabajar. Ella misma se da cuenta de que trabajar día tras día, con la única intención de obtener a cambio un salario, no dignifica a nadie y que solo creando algo de la nada, como su propia revista, podría llegar a ser feliz.

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-Entonces, según tu teoría, el trabajo de nosotros los empleados de una empresa es, en una palabra, como hacer girar la rueda de un molino para que salga nuestro salario.

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Ella se tomó en serio las palabras un tanto sarcásticas de él y de una manera muy sencillo contestó:

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-Probablemente así es.

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Un poco después retomó su expresión vivaz por naturaleza.

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-Yo trabajo y me gano la vida, en realidad me sentía algo orgullosa de esto, pero empecé a sentirme insegura hace poco. Si algún día cercano publicara mi propia revista, me gustaría que tú la leyeras - dijo dirigiéndose a Oohira.

Lesbianismo y relaciones en Una flor

Asako es viuda y comparte su vida doméstica con otra mujer llamada Sachiko por pura comodidad. El prólogo del libro de Virginia Meza nos pone de preaviso acerca de la potencial relación lésbica que Asako y Sachiko mantienen al igual que Yuriko y Yoshiko en la vida real, y aunque no hay en ningún momento ningún intento de aproximación sexual por parte de ambas, sus destinos sí que están profundamente entrelazados.

En una sociedad japonesa como la de Una flor en la que se esperaba que las mujeres viviesen por y para sus maridos, la decisión de Asako de permanecer soltera es extraña incluso para sus propios amigos. Oohira, que la visita a menudo, llega a realizar un intento de seducción con ella estando Sachiko presente en la sala (aunque ausente de mente, pues estaba trabajando), diciéndole que «Dos personas raras podríamos pasarlo bien… libremente». El aperturismo a las relaciones extraconyugales en mujeres de clase alta queda de manifiesto por primera vez en esta obra con esta proposición interrumpida en seguida por la figura de Sachiko.

Sachiko, que siempre está presente como una tercera pieza sin la cual Asako estaría incompleta y que se preocupa si esta sale a caminar o si mantiene una relación cariñosa con cualquiera que no sea ella, trasluciendo, de esta forma, un romance cargado de sensibilidad que solo se puede ver en la literatura japonesa de esta época.

Crítica socialista velada al sistema impuesto

Asako trabaja para una asociación que cuenta con una revista, pero desde un primer momento nos muestra el poco éxito que tiene el magazín debido a su falta de aperturismo a nuevos temas y artículos. Desde los primeros capítulos, Asako nos deja ver cómo es la realidad en el interior de la poderosa jerarquía empresarial y de la sociedad japonesa en sí, cerrada siempre alrededor de la familia.

Yazaki, uno de los trabajadores de la revista, denuncia ante su jefe a Suda, uno de sus familiares, por robar dinero de la asociación. Lejos de verse como algo lógico o moralmente correcto, Yazaki tendrá que enfrentarse a la ira de su familia que acaba provocando que se mude o incluso a las habladurías de la gente. Esta presión familiar continua no deja de servir como contrapunte a la libertad de la que goza Asako estando viuda y viviendo lejos del hogar familiar, donde la tendrían tan controlada.

Al mismo tiempo, sin moderarse en absoluto, Una flor critica la asociación de ricos que en teoría ayudan a los pobres dándoles trabajo de costureras: un trabajo peor pagado que en cualquier otra parte del mercado, bajo unas condiciones laborales realmente duras y que, para mayor vergüenza, revisten como si fuera caridad.

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Los temas que trata Una flor

Mucho se ha hablado acerca del lesbianismo oculto en Una flor (uno de los subtemas de la obra que la propia autora rechazó), de los comienzos de las ideas feministas o incluso del feminismo que empieza a dar sus primeros coletazos en una sociedad tan dolorida como la japonesa a comienzos de los años XX. Sin embargo, en mi humilde opinión, Una flor tiene como uno de los pilares fundamentales de su obra, la tristeza de la contemplación de la vida y un potente existencialismo.

Asako es una mujer que trabaja de forma diligente y seria en una revista, pero en alguna ocasión llega incluso a confesar su desidia por su trabajo al verlo como un simple sistema para producir el dinero con el que mantenerse. No le encuentra sentido a su actividad diaria y como tal, nota un enorme vacío en su interior. Un vacío que la hace asomarse al vacío en varias ocasiones y que la mantiene en un continuo estado de ausencia con la que llena sus horas y apoya sus días.

Precisamente por eso necesita a su lado a Sachiko con la que yo, quizás en mi ignorancia, no acabé encontrando una relación lésbica propiamente dicha sino más bien una de pura dependencia y confraternización. En ese punto está en el que no le importa quién la acompañe y con quién pase el tiempo o mantenga una conversación, mientras eso la permita alejarse de sus verdaderos pensamientos deprimidos, nostálgicos y profundamente solitarios en los que se encuentra a sí misma observando a la gente vivir desde fuera y limitándose a simplemente existir.

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Hay gente que en el plano individual sufre una especie de desgaste al sentirse un tanto alienada en la sociedad y lo manifiesta ya sea con aspavientos o con amargura. Este desgaste se transmite de persona a persona y en la actualidad se ha generalizado hasta cierto punto. Sin duda también habrá gente a la que ese desgaste le afecte tanto que le parezca insoportable, y sienta la necesidad de descubrir algo nuevo y determinante en la vida.

Precisamente por eso se plantea si es necesario que las mujeres trabajen para reafirmarse, lee poemas como Las horas claras de Verhaeren (profundamente tristes) o Sachiko se preocupa de que no sea capaz de sobrevivir adecuadamente a su ausencia. ¡Ni siquiera la propia Asako lo cree! Y de esta forma se sorprende a sí misma cuando supera la mañana, el mediodía y la tarde del primer día sin Sachiko.

Opinión de Una flor de Miyamoto Yuriko

Una flor no es el más brillante de los relatos de Miyamoto Yuriko, especialmente al compararlo con las otras dos obras recopiladas en el volumen de Satori Ediciones. Pero ya apunta maneras, y como el capullo de una preciosa planta que está a punto de florecer, nos rodea con esa elegante escritura que solo tienen los buenos escritores japoneses.

Una flor es suave y delicado, aunque no lleve realmente a ninguna parte y se parezca más a una ventana del día a día de las emociones de una autora. Pero no debemos olvidar que, al fin y al cabo, Una flor es parte de la obra de la primera mitad de la vida de la autora: antes de ir a la Unión Soviética y de enamorarse terriblemente de Kenji. Será La planicie de Banshu e Hierba del viento las que consigan hacer florecer, de esta forma, la verdadera genialidad de la autora.

La planicie de Banshu

La planicie de Banshu es uno de los relatos más reconocidos de la autora y el que le dio la fama con la que hoy llega a nuestras manos. El relato trata de la visión interna de cómo fue para la sociedad japonesa la rendición absoluta de su país, que durante tantos años había estado siendo sometida a una manipulación mediática que afirmaba continuamente la inminente victoria de Japón.

El relato de profundo carácter autobiográfico, nos introduce en el interior de una familia que se han mudado al campo para intentar escapar de los constantes bombardeos americanos. Allí, Sae, Yukio y sus hijos, prestan refugio a Hiroko (hermana de Yukio) la cual encarna la figura de la propia Miyamoto Yuriko. Hiroko es la mujer de un preso político que busca su lugar en el mundo en mitad de un Japón sacudido por una guerra que parece no tener fin y que ha conseguido arrasar con el futuro de una nación que, de una forma u otra, mantiene la esperanza.

Pero todo ello cambiará cuando el 15 de agosto de 1945 la radio japonesa anuncia la rendición incondicional de Japón sin que las gentes del pueblo donde se han refugiado, sepan nada de los devastadores efectos de las bombas nucleares.

La guerra vista desde una profunda óptica japonesa

La planicie de Banshu es una obra de gran elegancia y belleza dentro de la terrible situación que se está relatando y nos permite entrever cómo cambia la vida de la gente de a pie en una sociedad tan diferente de la nuestra, donde prima el individuo frente al colectivo y donde solamente podemos llegarnos a imaginar lo que fue para la mente en colmena japonesa descubrir que su gran nación, y su emperador el descendiente del sol, habían suplicado finalmente clemencia.

Desde un primer momento Miyamoto Yuriko entra directamente en el tema en cuestión: el día 15 de agosto de 1945 la sociedad japonesa se quedó en silencio durante prácticamente dos días. Antes del anuncio de radio (que se cuida en recordar que el gobierno dio de forma elusiva, realizando giros y juegos lingüísticos para que las personas del campo no acabasen de entenderlo), el relato que nos da sobre la aldea de Tohoku en la que vive es una historia con un fuerte sentido hogareño que huele de alguna forma a terror. Los niños pequeños corren por el engawa y las mujeres tienden sus yukatas al sol mientras charlan animadamente con los vecinos, pero la escasez de alimentos no ha llegado a esa zona de Japón, no ven la guerra en primera línea y, por suerte, no son capaces de prevenir el desastre que conformará para su rutina la forma con la que el país se desmorona tras la derrota de Japón.

Esto queda realmente claro con el cambio tan drástico que se da en las descripciones de los paisajes antes y después de la rendición incondicional. Donde antes había largos campos de batatas en atardeceres bucólicos, el mundo pasa a convertirse en un lugar aterrador para vivir.

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En ese momento, Hiroko se sorprendió de la desolación en que se habían sumido los alrededores. El aire quemaba con el intenso calor del mediodía de agosto, los campos de cultivo y las montañas estaban envueltos en una atmósfera insoportablemente caliente. Pero en todo el pueblo no se oía un solo ruido. No había ni una sola voz que rompiera la quietud. Hiroko sintió la misma desolación en todo su cuerpo. El 15 de agosto, desde el mediodía hasta la una de la tarde, todo Japón se había quedado sin voz y en todo el país reinaba un profundo silencio.

Esto no quiere decir que en Tohoku todo fuera pacífico: los bombardeos tenían tan aterrada a la población que no encendían las luces por la noche, cenaban a turnos y se escondían bajo tierra, apelotonados y entre los llantos de los niños, en cuanto oían un avión americano sobrevolar por sus cabezas. Pero después de la rendición, nada es lo mismo, e Hiroko decide que es un buen momento para ir a ver a su marido, Jukichi (que es, en verdad, el marido de la autora), encerrado por tener ideas comunistas según el Tratado de la Ley y el Orden en Japón.

Rápidamente, Hiroko, que hace un viaje para encontrarse con Jukichi cuando sea liberado o con su suegra, nos muestra una sociedad profundamente partida y desgarrada en dos: entre los que se aferran al mandato imperial de seguir cumpliendo las leyes y estatutos y los que saben que no tienen nada más que perder; entre los tradicionalistas y los progresistas; entre la vieja Japón y la desesperación de las clases pobres y los intelectuales que se sacuden las cadenas de la vieja opresión de encima.

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La espantosa guerra había terminado. Toda la aldea parecía descorazonada. ¿Pero, después, cuál sería el primer pensamiento que vendría a la cabeza de los campesinos? Hiroko no pudo refrenar su interés.

Veremos las inquinas de familias campesinas que esconden raciones de gasolina y comida por si el día de mañana falta; los soldados vencidos y arruinados que se cuelan en viejos trenes con la esperanza de huir del horror de Hiroshima; las mujeres que suben y bajan 100 veces los escalones del templo, suplicando para que sus maridos o hijos hayan sobrevivido. Cada pequeño detalle que Hiroko narra es decisivo para entender el profundo cambio que sufrió Japón: desde los militares que se arrancan las insignias del cuello para que los americanos no sepan que son altos cargos, hasta los funcionarios que culpan a los soldados de raso de la desgracia de Japón.

Pero el relato también trata acerca del compromiso político de Miyamoto Yuriko (aquí Hiroko) y del propio Kenji (en este caso, Jukichi). Como si fuera una obra de propaganda, nos muestra la crueldad del gobierno al impedir que Jukichi trate su tuberculosis intestinal y cómo la afligida esposa suplica cualquier forma de que le den atención médica: una atención que le deniegan debido a que Jukichi no ha cambiado su ideología política desde que entró en prisión.

Lo que está claro es que Yuriko deja claro que en política no hay un bando correcto y uno incorrecto, sino que es cuestión del momento y de perspectivas. En cierto momento, en el viaje en tren, un soldado le pregunta a otro si no deben esconder a partir de ahora la Teoría del kokutai (obra que le da el carácter divino al emperador). De esta forma, la autora está dejando claro que no existen lecturas apropiadas o inapropiadas, sino que todo depende del contexto y del momento: algo que queda muy claro al acabar la guerra.

No es una obra introductoria, es necesario conocer el funcionamiento de Japón

La lectura de La planicie de Banshu, sin embargo, no debería hacerse sin tener un ligero conocimiento previo acerca de la guerra y la propaganda en países orientales. Libros como La chica de los siete nombres, una obra autobiográfica sobre una mujer que escapó de Corea del Norte y que nos cuenta la forma en la que vive la sociedad coreana, nos permiten entender muchas cosas de La planicie de Banshu, como el honor de los combatientes o los letreros de “familia honorífica” en las puertas que dignificaban a las familias que habían perdido a algún miembro en servicio al emperador. Todo ello aderezado con comentarios de un general que, tras devorar unas bolas de arroz con umeboshi, comenta que está pensando en suicidarse.

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Hierba del viento

Hierba del viento es la continuación inmediata del relato La planicie de Banshu. En ella, se narra el reencuentro entre Hiroko y su marido tras salir de la cárcel: Jukichi. Este relato, en apariencia ligero y carente del dramatismo del continuo viaje pasando por penalidades en el que La planicie de Banshu hace un retrato del Japón dividido, es, en el fondo, enormemente ilustrativo y quizás el que ponga el dedo en la llaga al feminismo exponente de la propia autora.

Tras salir de la cárcel, Jukichi tiene que acostumbrarse de nuevo a la vida en sociedad. Hiroko hace una descripción cargada de amor hacia su marido, sus ideales y la forma de moverse, permitiéndonos ver en realidad los sentimientos de la propia autora hacia su marido en la época en la que escribió el relato. Así, su profundo hábito de observarle, nos arroja datos sobre el carácter heróico de un hombre comunista que jamás se inclinó ni renegó de su ideología a pesar del trato vejatorio al que estaba siendo sometido, sumado al de la figura de alguien incapaz de vestirse solo o de mantener el decoro mínimo social.

Jukichi, que ha pasado doce años en prisión, camina bamboleándose y arrastrando los pies como hacen todos los presos, se desnuda frente a su mujer y su médico sin pudor y come con verdadero apetito alimentos realmente simples, como la ishiyaki imo o batata cocida que le prepara con tanto fervor su mujer.

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La adaptación de su marido a un país destruido hasta tal punto que no sea capaz de reconocer las cuestas ni las calles es una representación de cómo se sintieron todos los presos políticos que cruzaron Japón sobre unas geta y sin prácticamente alimento en busca de un futuro mejor.

La conciliación entre oriente y occidente, entre el feminismo y el deber de una buena esposa

Hierba al viento es uno de los mejores relatos de la colección precisamente porque el desasosiego de la propia autora ha desaparecido para ser sustituido por el delicado equilibrio entre Occidente y Oriente que vive Japón en ese momento. En vez de hablarnos de la opresión del ejército de ocupación americano, Hiroko prefiere centrarse en los claroscuros de la nueva situación.

Los comunistas y otros detractores al emperador viven en situaciones realmente pésimas, teniendo que subsistir de la caridad en edificios comunes y empleando para su manutención los mismos muebles de la prisión en la que vivieron, pero todos ellos irradian esperanza. Por primera vez se da voz en las reuniones a las mujeres hasta el punto en que ellas mismas ni siquiera saben cómo expresarse; por primera vez los periódicos revolucionarios tienen una modesta placa en la parte frontal de los edificios. Pero todo esto no llega de forma sencilla.

Si nos fijamos, los desesperados intentos de Hiroko por adaptar su vida y sus costumbres a los de Jukichi son la lucha entre la conciliación entre oriente y occidente. Así, el propio Jukichi se siente incómodo al usar ropa occidental, la cual su esposa designa como “deforme” y con “una tara” al tener las mangas tan estrechas. Jukichi trata de adaptarse a las costumbres occidentales, pero todo ello hará que tenga que darle la espalda a tradiciones históricas que llevan aferradas a las entrañas de los japoneses varios años. Y la propia Hiroko, una mujer que por primera se plantea el sufrimiento de otras mujeres viudas por la guerra y que desea trabajar, pero que al mismo tiempo sufre si no es capaz de servir a su marido como su humilde sirvienta, siendo esta la traducción a la máxima expresión de amor que ella misma concibe.

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- Pero tal vez tú lo sentías así en el fondo de tu corazón… Aunque en el mundo ha de haber esposas que con gusto hagan todo para sus esposos… Como es razonable que uno haga sus propias cosas, yo mismo haré las mías… Es lo que hacía en la cárcel.

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Hiroko sin querer lo agarró de los hombros.

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- ¡Qué cosas dices! ¿En la cárcel? ¡Es absurdo!

Derramando lágrimas, aterrada, sintió que, aunque ella no sabía por qué motivo complejo, de alguna manera, él había experimentado algo como una desilusión mucho más profunda de lo que ella podía imaginar sobre su vida en común. La desesperanza la derrumbó, no podía tenerse en pie. Cayó de rodillas sobre el tatami y dejó caer su cabeza en las rodillas de Jukichi.

[....]

La independencia de la mujer occidental y liberada se ve de pronto enfrentada a la forma de concebir el amor de la propia Hiroko, la cual, por muy progresista que ella misma se confiese, es incapaz de sacudirse de encima esos sentimientos. 

Si Hiroko fuera una de esas mujeres con el corazón de piedra y tuviera esa mentalidad, y que por eso Jukichi hubiera decidido que en adelante nunca le pediría su ayuda, entonces ¿cuál sería el sentido verdadero de su amor por él? ¿Es que no existía un amor natural entre los dos, sino solo la zalamería egoísta y fría de una mujer a quien él jamás se entregaba y el deseo carnal con el cual ella sentía que se humillaba a sí misma?

Mi opinión sobre La planicie de Banshu e Hierba al viento

Si ya he dejado claro que el relato de Una flor no acabó de convencerme ni empaticé lo más mínimo con la protagonista, La planicie de Banshu e Hierba al viento son sin duda dos obras de una extraordinaria belleza a la que hay que aproximarse con humildad y el corazón puro y preparado para lo que venga.

Si uno va buscando una descripción pormenorizada y gore sobre la destrucción de la bomba de Hiroshima o sobre el trato vejatorio y las torturas a los presos políticos por parte de los japoneses, no encontrará lo que desea. Si esperas encontrar el testimonio de una fugitiva política y una de las primeras voces feministas del país nipón en su época, entonces es posible que te decepcione.

La planicie de Banshu es mucho más sutil que eso. Con la excusa de un viaje tras otro tras la declaración de la rendición incondicional, podemos ver un Japón que ha quedado completamente indefenso ante los desastres naturales que casi parecen castigos divinos: inundaciones, trenes detenidos, personas desesperadas montándose como carga en enormes camiones y hombres ciegos que ofrecen su ayuda porque ellos mismos no podrían sobrevivir a solar. Podremos ver a una mujer que por primera vez se plantea qué pensarán otras mujeres y si la maldad de algunas de ellas es debido a la perspectiva de una vida futura en la que la carencia de un esposo / hombre al que servir hace que todo sea completamente inútil.

Y cómo la vida en Japón vuelve a surgir, a florecer, a avanzar tras esos años de penuria. La planicie de Banshu e Hierba al viento saben tocarte de una forma que pocos autores tienen la capacidad de hacer. Aunque está claro que no es para todo el mundo.

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