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Mlog 04 - esas colecciones que todos tienen en casa y que nadie lee

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Imágen destacada - Mlog  04 - esas colecciones que todos tienen en casa y que nadie lee

Crecí en una casa extraña. Dos de las habitaciones estaban llenas de libros: libros inalcanzables, enormes, de cubiertas caras y oscuras, tan apretados los unos contra los otros que era complicado sacarlos de su sitio.  

Recuerdo que en verano, aburrida y asqueada, cuando miraba por el otro lado de la ventana y me daban asco las horas vacías flotando a mi alrededor, caminaba directamente a la puerta de madera del estudio. Mi madre se tostaba al sol vuelta y vuelta y mi padre veía la televisión durante horas. Y yo entonces me acercaba a la estantería anclada de madera, sacaba uno de los cajones y me encaramaba trepando por las baldosas como la mocosa que era, pasando la vista por los títulos de obras que de nada me sonaban como Marcelino pan y vino, Los miserables, Los renglones torcidos de dios y, cómo no, todos los clásicos de la literatura del mundo.

Mi madre coleccionaba enciclopedias y esos libros de tapas sosas y cubiertas con tipografías más feas que un día sin pan y los iba acumulando para llenar huecos sin que ninguno de aquellos aspirara a leerse nunca. Y yo, como la niñata que era, los miraba aburrida. Asqueada. Cogía Oliver Twist y las tapas azules marino eran tan sosas y el papel reciclado tan áspero, que me parecía una obra malísima.

Y así crecí creyendo que los clásicos eran auténticos bodrios escritos por gente sin pasiones y sin vida.  

Quién me iba a decir lo importante que eran las tapas de colores, las solapas, alguna ilustración interior o recuerdo del autor o de la época para generar en mí el placer de la lectura. La hermana de mi novio, sin embargo, tenía una estantería repleta de mangas y literatura juvenil de ficción. Vi Memorias de Idhun con esos tonos dorados y plateados y se me hacían los ojos chirivitas. Hasta olía bien… ¡olía jodidamente bien! Eragon, Cazadores de Sombras… esos eran los libros que yo quería. No Oliver Twist, ni las obras de Pearl S. Buck. Y ¿quién demonios pone a Nietzsche al lado de Poe y a Shakespeare al lado de Whitman? Una niña sin formación literaria cogía uno y no entendía el lenguaje, cogía otro y Nietzsche le asustaba (como para no hacerlo). Y entonces llegaba a la errónea conclusión de que todos eran iguales. Y dejaba ahí El principito, El viejo y el mar y otras obras que le habrían conquistado al momento.

Ahora que soy adulta, los libros de las colecciones de periódicos son la mayor joya que puedo encontrar en los mercadillos. Obras clásicas que no consigues ni en Amazon, libros apasionantes de autores famosos cuyos títulos nunca habías oído por 2€ o 2,50€ porque nadie quiere esa obra roñosa, de pastas blandas y papel reciclado.

Y tú feliz, emocionada con tus nueve libros por casi 23€ emocionada porque has rescatado esas joyas que tanto odiaste de pequeña. ¿Será un gusto adquirido?


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