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Mi odisea para comprar el Kamasutra

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Imágen destacada - Mi odisea para comprar el Kamasutra

Nunca creí en toda mi vida que pasaría tanta vergüenza comprando el kamasutra. Yo era de las valientes, de las que nunca temían nada, de las que entraban en un sex shop con el pecho hinchado de orgullo, agarraban un dildo doble y decían “ey, qué gracioso ¿no? ¡cómo inventan!” y entonces un día me dio por comprarle a mi pareja como regalo un kamasutra.

Para los que no lo conozcan, el Kamasutra es un clásico hindú que da pautas sobre cien posturas sexuales, explicando cómo deben realizarse y aportando ideas a los preliminares. Por si alguno de vosotros se escandaliza con mis palabras, quiero recordaros (así, como el que suelta un dato cualquiera) que el Kamasutra lo escribió Vatsiaiana, un religioso hindú , entre los años 240 y 550 d.C.

El caso es que yo quería uno. Y no uno cualquiera: quería que tuviese las tapas de color rosa pasión, con un tacto a terciopelo y que saliera de los sueños húmedos y exaltados del director artístico de Moulin Rouge. Pero no podía pedirlo a casa porque… bueno, me pillarían la sorpresa. Y si por casualidad llegaba a la oficina, alguien se equivocaba y lo abría… bueno, es una situación que prefiero no tener con mis compañeros de trabajo.

Nada, tenía que comprarlo en físico. Ahí empieza mi odisea.

Me paseé por las estanterías de varias librerías especializadas en contenido artístico, convencida en que encontraría al menos varias versiones del Kamasutra exactamente igual que encontramos diferentes versiones del Quijote, de la Biblia… no sé, de todos los clásicos de la literatura universal.

Pero, ah… ilusa de mí. En la mayor parte de las librerías se escandalizaron cuando pregunté por él hasta el punto que me sacó todos los colores de la cara y que me hizo… mucho más reacia a preguntar en la siguiente librería a la que iba. Como en una película de mal gusto, vagaba yo con mi abrigo verde roto con el forro colgando y pelos de loca mal teñida por la sección de “autoayuda” de El Corte Inglés, mientras me seguía con cara de goblin una de las dependientas.

Creo que estaba convencida de que quería robarle la nueva novela de Robin Sharma. Qué inocente. No sabe que detesto a Sharma y su filosofía de autoayuda barata.

Me sacaron los colores varias veces con respuestas cargadas de desidia y asco como:

- Nosotros no vendemos esas cosas aquí.

- No chica, no… por dios… eso vete a… no sé… a otra parte.

¿Qué clase de cosas? ¿Libros? ¿Quién determina qué libros son intolerables para pedir en un mostrador y cuáles son aceptables? Porque Mein Kampf sí que lo tenían, oye, y me parece genial.

Así que me fui a Arenas (una de las librerías más icónicas de la ciudad donde vivo) con uno de mis mejores amigos. Tuve que esperar detrás de dos ancianitas que compraban novelillas para los reyes de sus nietos en una cola expuesta, muy expuesta, y me empecé a poner nerviosa.

Quizás porque en esa tienda había vendido yo la mayor parte de unidades de mi novela. O quizás porque llevaba yendo a “ojear” y de vez en cuando “picar” casi 10 años. El caso es que hincho el pecho, miro al chico del mostrador y pensando “sinopasanadasinopasanada” le suelto:

- Buenas tardes… quería un Kama sutra, por favor.

- ¿Un qué? - me hizo repetirlo.

Las ancianas me miraban, mi amigo, el muy terrible, se quedó detrás con cara de no haber roto un plato o pedido un kama sutra en su vida, yo recuerdo todo lo que me han enseñado de los estigmas del placer femenino.

- Un Kama Sutra - le suelto agresivamente.

El chico se mueve incómodo.

- No, aquí no vendemos “esas cosas”. - otra vez con las putas cosas - Justo ayer una señora como tú, vino pidiéndonos uno y nada.

¿SEÑORA?

Joder, mi último recurso era ir a la fnac. Tras bajar por las escaleras con mi amigo, buscar por todas las estanterías de psicología y autoayuda (porque Los sueños secretos del clítoris es más apto para estar al público que un Kama Sutra), acabamos de nuevo frente a otra eterna cola atendida por un chico y una chica. Yo empiezo a desear que me atienda la chica.

Uno menos.

Además, parece comprensiva.

El próximo me toca a mí.

Y es más que mona.

Se va el señor y el joven de la izquierda me mira y pronuncia las temidas palabras de “siguiente”. Me acerco y se vuelve a repetir la escena: “quiero un kamasutra”. “No tenemos de eso”. “Ah, pues vale, gracias”. “Pero puedo pedírtelo”.

Ahí se me ilumina la cara. Toda la fnac mirando a la loca que pide un kamasutra cuando el dependiente nos suelta:

- ¿Cómo lo queréis? ¿Con ilustraciones? ¿Sin ellas?

- Con ilustraciones, claro - me río.

No era consciente de que acababa de meternos a mi compañero y a mí en una apasionada relación sexual.

- ¿La edición clásica? ¿La moderna? ¿Cuál os gusta más?

Por fin ahí saltó la liebre. Mi compañero y yo nos miramos muertos de la vergüenza, yo retrocedí a mis doce años mentales y susurré con un tono agudo: “moderna por favor…” y esencialmente empezaron con los trámites.

Luego me tocaría hacer otra cola para pagar el ticket por adelantado y varios días después, otra más para recogerlo delante de una conocida. Pero bueno, lo esencial de mi historia es lo jodidamente raro que es encontrar un Kamasutra en esta ciudad y probablemente en muchas otras. Libros cargados con mensajes de odio, obras machistas… las que quieras. Pero ¿un libro con posturas sexuales? No, no tienen esas cosas.

¡Ellos se reproducen por esporas!

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