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NOTA: 10

La quinta estación: reseña del libro de fantasía perfecto

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Argumento de La Quinta Estación.

La Quietud se muere. Hemos vivido varios fines del mundo pero es la primera vez que una historia empieza con el comienzo de uno como este.

La Quinta Estación recorre las vidas de tres protagonistas femeninas: Essun es una mujer que al volver a su casa descubre que su marido ha asesinado de una paliza a su hijo Ucha de solo tres años; Sienita es una mujer joven a la que El Fulcro encomienda una tediosa misión al lado de un hombre extremadamente poderoso pero tremendamente caprichoso e infantil; y por último, Damaya es una niña a la que sus padres han encerrado en un granero después de que se revele su secreto.

Todas ellas son orogenes. Todas ellas están condenadas por la humanidad por el simple hecho de haber nacido.

La creación de personajes de Jemisin y su diversidad cultural.

Resulta refrescante el hecho de que La quinta estación implemente protagonistas que se salgan del canon habitual, como mujeres afroamericanas y realistas, curvilíneas y con anchas caderas o incluso travestidos. Dentro de un mundo en el que los derechos humanos prácticamente se han abolido y donde solo importa la supervivencia de la especie, a menudo encontraremos a los personajes hablando de otros humanos como potenciales sementales, es decir, personas cuya única validez consiste en generar descendencia.

Precisamente por esta situación se han implementado costumbres dentro del lenguaje y la forma de reaccionar los humanos como valorar a otra persona en función de la cantidad de rasgos sanzedinos que tengan (la civilización de Sanze se considera la mejor debido a su resistencia a lo largo de las estaciones) o incluso según la anchura de sus caderas.

Los nombres también son extremadamente importantes en esta novela. Al igual que en otras historias paleolíticas (El clan del oso cavernario) o novelas que se ubican en sociedades post-apocalípticas, los nombres de los táticos o humanos que viven en las comus, son breves y muy sonoros (Ykka, Jija, Uche, Tonkee, Hoa...). Además, como su valía en el mundo depende de su posición en una sociedad (de lo contrario eres un comubundo, o un vagabundo en su lenguaje), su apellido siempre lo conforman su cargo dentro de la jerarquía de las comus y el lugar en el que viven.

El hecho de que empleen palabras como “comubundo” o la sonoridad de sus nombres nos da pistas acerca de la sencillez del lenguaje con el que se comunican en la Quietud.

Al mismo tiempo, se da una característica muy interesante con los orogenes y es el hecho de que les retiren el nombre en el momento en el que reciben el primer anillo (y prueban ser útiles para la sociedad). Antes de eso se les denomina balastos. Para los que no lo sepan, el balasto es una capa de grava que se pone sobre un terreno para sujetar las vías del tren. En el momento en el que obtienen su anillo se les da el nombre de una piedra o una roca, deshumanizándolos. Cuando reincides sobre la creencia de que un determinado colectivo no son humanos, darles el nombre de alto tan común como una piedra es el remate perfecto para acabar de convencer a todo el mundo acerca de su falta de alma.

Por si teníais curiosidad, aquí os dejamos la apariencia de las dos piedras principales que salen en el libro: Alabastro y Sienita.

TODO

El vocabulario único de La quinta estación

Cuando empiezas a leer La quinta estación, te pierdes inevitablemente. Jemisin tiene una forma de introducirte a sus universos que es exactamente igual que si te lanzaras de cabeza a una piscina helada: no lo hace de forma gradual y la riqueza en los matices de los mundos que crea puede confundir a más de uno.

Pero si eres valiente y perserveras, si sigues leyendo, descubrirás que ese mundo te empapa y se mete dentro de ti y de golpe empiezas a emplear términos propios del universo de La quinta Estación sin que nadie de tu entorno pueda entenderte. Palabras como “sesapinar” que tienen un significado tan particular y único que no serían traducibles a nuestro propio lenguaje.  

Al mismo tiempo, Jemisin nos pone delante dos nuevos términos que para el lector no significan nada: orogén y orograta. Solo uno de ellos es despectivo, pero las primeras veces que lo usan otros táticos (humanos normales) no somos capaces de indignarnos por él. Y entonces entras en el día a día de la pequeña Damaya, sigues el trabajo de Sienita o descubres el dolor por el que ha pasado Essun y de pronto, orograta pasa a ser un insulto para ti, y te sorprendes a ti misma indignándote por algo que fuera de esas páginas, ni siquiera existe.

Ahora, a eso le llamo yo un buen libro. A una novela con universo capaz de atraparte, con su propio vocabulario y sus propias reglas que te atrapa para nunca jamás soltarte.

Pasa algo muy interesante con el término orograta y es el hecho de que los propios orogenes que no están de acuerdo con el litoacervo o con la decisión del Fulcro de tenerlos esclavizados en vida, emplean el término orograta como una reivindicación de su propia identidad. Pasa algo similar con muchos movimientos sociales, o incluso a lo que ocurre hoy en día con “Fight like a girl”, una frase que en los países angloparlantes significaba “luchar como un pusilánime” y que el movimiento feminista ha cambiado para que denote “realizar una acción con la pasión de una mujer”.

El Fulcro, los orogenes y los judíos del Holocausto.

La sociedad de La Quinta Estación es realmente compleja y apasionante. Para empezar, tienen otro concepto completamente diferente de las estaciones. Para ellos, una estación empieza cuando un desastre natural destroza el grueso de la humanidad en sí. Como están acostumbrados a estas catástrofes relativamente frecuentes, miden la calidad de las comunidades y del tiempo según la cantidad de estaciones que han estado en pie. Las estaciones también valen como referente temporal y a menudo los personajes piensan: “esto es muy antiguo, ocurrió hace más de diez estaciones”.

Como el problema principal de la humanidad son los movimientos de tierra, toda su forma de vida gira en torno a la inminente catástrofe: los humanos construyen siguiendo ciertos esquemas de pilares móviles, no hay edificios demasiado altos y se alejan todo lo posible de las costas, objetivo principal de los tsunamis.  

Y como los terremotos son su causa mayoritaria de desastre, se ha extendido por toda la Quietud (válgame la ironía al nombre de su tierra), a través de su dogma llamado el litoacervo, que los orogenes son armas y que son peligrosos.

Desde el momento en el que los orogenes se vuelven el centro del miedo y el chivo expiatorio de las desgracias de la humanidad, se les retira su condición de humanos para hacer más fácil el hecho de que el Fulcro los emplee como “armas” por el bien común. Esto es similar a lo que ocurrió en la II Guerra Mundial en el que se realizó un profundo trabajo de propaganda para demostrar que los judíos y otras personas con peculiaridades fuera de lo considerado “normal” no eran personas, y por ello podía usárseles como se considerase apropiado.

Lo primero, como todo el mundo sabe, es retirarles el nombre en el momento en el que prueban que son útiles. A los que no, los descartan y la novela misma te demuestra cuán frágil y al mismo tiempo poderoso es el sistema del Fulcro, capaz de hacer enloquecer a una mujer o simplemente cómo asesinan a un niño por no saber comportarse como ellos quieren.

Esta presión constante, este miedo a que puedan aparecer de la nada y asesinarles, lo llevan de forma diferente todos los orogenes que aparecen en la novela. Alabastro, por ejemplo, un decanillado poderoso y poseedor de terribles secretos, se dobla como un niño ante el llanto por no poder lidiar con su pasado; sin embargo, Sionita se convence a sí misma de que es un arma, y de que a pesar de que exista la posibilidad de no serlo, el simple hecho de planteárselo es demasiado peligroso como para que merezca la pena.

El elitismo selectivo

A lo largo de toda la novela nos muestran cómo los tácticos o los humanos normales y corrientes de las comus odian a los orogratas por simple superstición apoyada por el litoacervo o por prejuicios y miedo. Esto, sumada a la presentación de los personajes orogenes, los cuales están siempre en una situación de injusticia, hace que inmediatamente empatices con ellos y los sitúes como los “buenos” dentro de la novela.

Essun tiene que caminar sin rumbo en busca de su hija y del hombre que asesinó a su bebé Ucha; a Sienita le mandan una misión horrible con un hombre que la desprecia y por otro lado tenemos a Damaya a la cual su propia familia encierra en un granero. Gracias al punto de vista de cada uno de estos personajes, tendemos a pensar que son el colmo de la tolerancia pero no siempre es así.

Sienita, al conocer a la comepiedras Antimonio, tiene una reacción exactamente igual a la de un humano frente a un orograta. A pesar de que le acabe de salvar la vida, le da repulsa estar cerca de esas criaturas “anormales” y “peligrosas”.

"

Sienita ha intentado no pensar en eso. Le incomoda hasta la idea de que la toque un comepiedras. Pensar, además, que uno de ellos la ha llevado por debajo de kilómetros de roca sólida y océano… es algo que la hace estremecer.

Sin embargo, el epicentro de la novela, la propia base de La quinta estación, está en el trato de los táticos a los orogenes y cómo estos tratan de recuperar la dignidad que les han arrebatado, a veces de una forma realmente pacífica.


TODOUna historia no tan alejada de la realidad

Jemisin crea un universo en el que la Tierra se ha visto sometida a varias catástrofes que los humanos han clasificado como “estaciones”. En cada estación hay un movimiento en las placas de la tierra que provocan terribles erupciones de magma y nubes de ceniza que acabaron con la mayor cantidad de asentamientos conocidos.

Pero… ¿esto podría pasar en realidad? Pues en realidad, sí. Hace tiempo que los geólogos no le quitan el ojo de encima al monte Yellowstone (ubicado en los EE.UU.) Este monte se asienta en una piscina de lava de 88,5 km de largo por 32 de ancho y con una profundidad de 14 kilómetros. Se estima que cuando estalle (dentro de 100.000 años),  provocaría daños en 60 km a la redonda. Además, su nube de cenizas cambiarían radicalmente la temperatura del planeta para enfriarla drásticamente y convertirla en un invierno nuclear, además de acabar con todas las cosechas, envenenar las aguas y prácticamente aniquilar a todos los Estados Unidos.

¿Os suena la escena?

MAJOR SPOILER A PARTIR DE AQUÍ

Essun, Damaya y Sienita

En un primer momento, cuando abres La Quinta estación te preguntas por qué solo los capítulos de Essun están narrados de esa forma tan extraña. Y al mismo tiempo generas en tu cabeza imágenes para las tres mujeres diferentes que te presentan: para mí Damaya tenía el pelo castaño y rebelde, casi con rastas al lado de la cabeza; Sienita era estirada y con el pelo liso y los ojos muy claros y por último Essun era la típica mujer con muchas curvas y el pecho enorme que lleva un turbante de colores en la cabeza.

El hecho de que sus capítulos estén separados es una forma maravillosa con la que la autora juega con el lector, engañándole para hacerle creer que se trata de tres personas diferentes. Pero de pronto Essun habla de la destrucción de Yumenes, y tú sabes que sigue en pie porque Sienita está recibiendo órdenes desde el Fulcro, que está en el corazón de Yumenes.

Y ahí surge la duda que Damaya nos despejará cuando le dice a su Guardián que quiere que se la llame Sienita. Y la siguiente incógnita que pasa por la cabeza del lector es: ¿será Essun también Sienita? No, por supuesto que lo es. Pero entonces… ¿cómo llegó a ser la esposa de Jija?

De esa forma Jemisin te mantiene siempre en vilo, preguntándote qué ocurrirá después, qué va a pasar, y por el óxido de la Tierra, qué representa Hoa en este final del mundo.

Reseña de La quinta estación y opinión del libro

Es difícil recuperarse después de leer La quinta estación. Es difícil descubrir que la persona que lo está narrando todo es Hoa, un comepiedras que ha salido de un obelisco gigante solamente porque te quiere. Es difícil sobrellevar esa horrible, terrible carga que siento después de haber leído un libro así y saber que no hay nadie a quien conozca para poder comentarlo.

Es difícil, porque La quinta estación es una auténtica maravilla.

La quinta estación es el típico libro que, si se vendieran los derechos para hacer una serie / película o videojuego, se alzaría con el nombre de clásico de la literatura de fantasía o incluso obra maestra como le ocurrió a la Saga del Brujo. De momento no es así, pero no puedo dejar de desearle a Jemisin que alguien con dinero la encuentre, que tenga la suerte de que alguien hable del mundo de Essun, Noah, Tonkee y del resto de maravillosos personajes que inundan la Quietud y que vuelven frenético mi corazón.

Esta novela no tiene una cantidad absurda de fantasía en el que el poder de unos pocos elegidos no va en detrimento de su calidad de vida. Si naces como un orogén, lo más probable es que acaben asesinándote tus propios padres o que veas tu vida cohartada por una organización que siempre sonríe y que te enseña a obedecer rompiéndote los huesos de una mano. Es un mundo en el que hay travestidos, hombres poderosos doblegados por el peso del trauma, orogenes que no se creen humanos y humanos que parecen orogenes. Y luego están ellos, los comepiedras, capaces de hacerte sentir como lectora incluso intimidada por ellos a pesar de que solo se muestran en situaciones siempre bondadosas.

La Quietud se me presentó como una tierra llena de contradicciones y escenas confusas, con un vocabulario que no reconocía y personajes convincentes que parecían unidos en un tiempo y separados por identidad. Pero poco a poco conforme avanzas en el libro y empiezas a atar cabos, sesapinas el entorno, comprendes las reacciones de una y de otra, acabas descubriendo que ni el tiempo es el mismo, ni el espacio es compartido ni el momento es igualitario. Lo único que permanece inalterable es esa pequeña niña a la que le rompieron la mano que tuvo que convertirse en una orogen Semental para traer a luz a un niño y que cuando descubrió lo que significaba ser humana, tuvo que matarlo con sus propias manos.



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