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NOTA: 7.8

La cautiva, opinión de la primera parte de Las curanderas de la Patagonia

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Escritora consumada, concept artist en ciernes y adicta al trabajo. Do...


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Imágen destacada - La cautiva, opinión de la primera parte de Las curanderas de la Patagonia

La cautiva es la primera parte de una trilogía escrita por Patricia Martínez llamada Las curanderas de la Patagonia: una obra que nos introduce en las tierras pampeanas de Buenos Aires en el S. XIX.

Argumento de La Cautiva

El día en que nació Amadora, su madre, una mujer humilde que vivía cerca de Buenos Aires, sabía que algo iba mal. Terriblemente mal. Porque esa niña, que todavía no había visto el mundo, ya le hablaba con su vocecilla dulce dentro de su cabeza.

Desde esa misma noche en la que varias señales proféticas marcaron la llegada de la niña a la tierra, la vida de la gente de aquel pequeño hogar habitado por descendientes de españoles no volvió a ser la misma. Amadora tenía un verdadero talento para descubrir las características curativas de las plantas, para entender las emociones de la gente e incluso se rumoreaba que era capaz de hablar con los animales.

Todo cambiará para ella y su familia cuando un grupo de indios rankülche, en respuesta al secuestro de la hija del jefe, deciden atacar la villa pampeana donde vive Amadora y su familia. De pie observando la destrucción y la muerte que han extendido los indios sobre su familia y todos sus conocidos, la pequeña Amadora de nueve años sufrirá indecibles dolores y traumas cuando los indios se la llevan cautiva, dejando su destino en la manos de los dioses.

La Cautiva se rodea de criollos, plantas, mapuches y machis 

Empezar a leer La cautiva es sumergirse en un mundo mágico donde debes despojarte de todo tipo de prejuicio o idea religiosa que tengas. De lo contrario, Keupumill no te lo pondrá fácil. Desde las primeras páginas se introduce el fuerte componente onírico que envolverá la obra, donde una niña elegida por los dioses es seguida en todo momento por un águila protectora y donde veremos señales típicas de los indios mapuches que se desplegan frente a nuestros ojos con toda la normalidad del mundo.

Pero lo cierto es que escribir una novela como La Cautiva no tiene nada de normal. La increíble documentación de la autora se manifiesta a la hora de describirnos no solo las plantas y las comidas típicas de los indios de la época, sino también sus costumbres, sus creencias y sus pequeñas manías, sin caer en ningún momento en estereotipos de raza. Este nivel de inmersión a la cultura mapuche llega a ser tal que introduce todo un nuevo lenguaje en la mente del lector, el cual va naturalizándose como propio. Mientras lo estás leyendo, comprendes rápidamente que machi es completamente diferente a curandero y que los mapuches son un pueblo que aprendes a conocer como tu propia familia. La cuidada edición acompaña a los nombres, colocándolos en cursiva y rematando una historia simplemente fascinante.

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Maíz, quinoa, piñones, papas, hortalizas, legumbres y carne de cordero fueron los ingredientes principales con los que las mujeres se afanaban en preparar pan de kofke, guiso charquicán, ñachi, mülko alfich, mochkoñ nguillio y muchas otras delicias, que se acompañaban de la bebida tradicional: el muday

Y sin embargo, a pesar de su pormenorizada descripción de los detalles, no idealiza en absoluto la vida natural y respetable con el medio ambiente con la que viven Antumalen y su maestro Minchekewün. No esconde un mensaje sobre la maldad del capitalismo porque tiene siempre presente los peligros que entraña la naturaleza: los derrumbes de las rocas, las tormentas, las plantas venenosas y la posibilidad de que incluso dos personas habituadas a vivir como nómadas se queden sin agua y corran el peligro de morir.

TODO

No hay un bando ganador, todos los dioses son el mismo.

La autora, Patricia Martínez, realiza una pormenorizada investigación acerca de las las tradiciones en la Argentina del S.XIX, las condiciones de vida de los hijos de criollos y mestizos y los conflictos con el pueblo mapuche o con los otros indios. De esta forma retrata magistralmente no solo los vastos territorios encendidos por donde no pasa ni un alma y la soledad de los rancheros y los trabajadores, sino también su duro día a día. Una investigación que centra especialmente en las mujeres, siempre en una dificilísima situación estuvieran con quien estuviesen. 

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Las mujeres de aquella época, que vivían en territorios salvajes, tenían siempre un destino difícil. Las que ponían fin a su cautiverio, cuando eran liberadas, reaccionaban de muy diferente modo; a las traumatizadas, no había más salida que encerrarlas de por vida; a las demás, intentaban reunirlas con sus familias o acababan trabajando de sirvientas para algún terrateniente [...] Lo que nadie parecía darse cuenta es que, las mujeres que vivían en estos territorios limítrofes y aislados, no tenían mejor vida con blancos que con indios. Las que lograban juntarse con algún gaucho, vivían en chacras míseras, pasando hambre y todo tipo de penalidades, continuamente. Otras, se convertían en esclavas sexuales y sirvientas de hacendados sin escrúpulos, que las mantenían en condiciones de semiesclavitud y, finalmente, estaban las que eran mancebas o prostitutas de las tropas, en los cuarteles.

La gran enseñanza que Patricia Martínez y La Cautiva se esfuerzan en destacar es el hecho de que no hay un bando bueno y otro malo. Los indios reaccionan a la invasión de los wingkas (los blancos) sobre sus tierras, pero ellos también violan y maltratan a sus mujeres y son capaces de reaccionar con odio y poco entendimiento. Al mismo tiempo, vivimos el estigma de la pobre Amadora, convertida en Antumalen, de ser una mujer blanca realizando el trabajo de una machi india y rodeada de los horribles recuerdos su padre: maltratador y pederasta.

Todo el libro guarda un poderoso mensaje pacifista: no existe el bando de los buenos ni el de los malos, y Patricia Martínez se cuida mucho de mostrarnos las caras del mal y del bien en ambos bandos. De esta forma, por mucho que unos sean los invasores y otros simplemente defiendan sus costumbres y tradiciones, hará que Antumalen conozca a indios verdaderamente malvados y movidos por el rencor y a aldeas donde viven sometidas a un longko cruel e inhumano.

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El longko estaba esperando la oportunidad para canjear su valioso botín de guerra con los wingka, en el momento que se dieran las mejores condiciones. Tampoco descartaba la posibilidad de usar a las mujeres capturadas para tender una trampa a la comisión que se presentara, para tratar las condiciones del rescate y aniquilarlos a todos. El odio y el rencor le cegaban, de tal manera, que lo único que le movía era un hambre desmesurada de sangre y de venganza.

Crónica de las curanderas de la Patagonia: no esperes encontrarte diálogos.

En los filtros de La Cautiva hemos especificado que la novela es ligera y se lee con rapidez, pero también tenemos que avisaros de algo: es prácticamente por completo prosa. No tiene demasiados diálogos y estos son más accesorios que ilustrativos. De esta forma, Patricia Martínez se acerca a las primeras novelas de Isabel Allende trasladándonos a través de la narración de las acciones y los sucesos que van encadenándose uno tras otro el avance de Antumalen y su maestro por la selva.

Cuando un libro abusa de la narración sobre los diálogos suele volverse pesado y difícil de leer, pero en el caso de La Cautiva no fue así. La forma de atajar directamente los sucesos y los saltos que a veces realiza hacia otros personajes del pasado o del futuro aligera enormemente la experiencia de lectura y lo vuelve asequible incluso como introducción para las mentes más jóvenes e inquietas.

Antumalen y la importancia del nombre

Otras novelas más conocidas como El nombre del viento nos trasladan la importancia de conocer el nombre real de una persona para tener poder sobre ella. Sin embargo, esta no es la primera novela ni el primer libro en el que aparece la importancia y el poder de los nombres. En la antigüedad, muchas culturas otorgaban dos nombres a unas personas: uno público que empleaban con todo el mundo y otro privado que se conectaba directamente con el espíritu de la persona. Se creía que el poder del sonido, de articular ciertas palabras en un orden determinado, era suficiente para conectar con el más allá. De hecho, si nos paramos a pensar, los hechizos y grimorios son exactamente eso: palabras colocadas en un orden determinado que se pronuncian en un momento de gran poder.

En La cautiva los indios mapuches emplean a menudo el poder del sonido para conectar con los dioses, para entrar en trance e ir de abajo a arriba y para llevar a cabo poderosas ceremonias capaces de salvarle la vida a una persona cautiva por el rencor de un antiguo amigo o de vaticinar el futuro.

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Al escuchar el sonido de su voz entraban en trance, sumiéndose en una barahúnda de energía y transformación comunitaria, que provocaba una catarsis generalizada de las almas. Estas ceremonias eran de tal intensidad que, al finalizar, el grupo entero dormía durante varios días.

El poder del nombre, de la voz y de los cánticos siempre ha sido parte de la naturaleza humana, por lo que es imposible extrañarse cuando Antumalen y el resto de los machis realizan acciones cercanas a la magia con el poder de sus tambores. Al fin y al cabo, todos hemos crecido oyendo el poder que tienen palabras como Abracadabra, Ábrete sésamo o de las oraciones cristianas.

ATENCIÓN, SPOILERS A PARTIR DE AQUÍ

El desgarrador grito de una madre desesperada

Con un estilo literario que no se centra en superficialidades, sería fácil llegar a liquidar la separación de Antumalen y su hija con un par de frases acerca de la decisión tomada por los dioses. Y, sin embargo, la magia de la autora es que es capaz de narrar con absoluta precisión el dolor desgarrador que recorre a la mujer al tener que abandonar a su hija sin motivo alguno. La poderosa escena en la que Antumalen grita y la selva se estremece con ella es capaz de ponerle los pelos de punta a cualquiera y transmitir su dolor: un dolor que solo comprenderán las madres a las que les arrancan una parte de ellas de su lado.

Desde ese momento, Antumalen cambia y pasa de ser la niña elegida por los dioses con la capacidad de hablar con animales, a ser una más de nosotros. Su profunda humanidad sale a la superficie en su fragilidad, en las preguntas que se hace y en su razonable rebelión a los dioses. Lejos de encontrarnos con un Abraham que acude presuroso aunque triste a asesinar a su único hijo por mandato de Dios, Antumalen se rebela en varias ocasiones, dejando que la gente muera, sumiéndose en una terrible depresión y hundiéndose cada vez más en el pozo de la desidia. 

Sola, lamentándose por su suerte, se pregunta lo mismo que nos preguntaríamos todos en su ocasión: ¿por qué yo? ¿por qué darle el poder de una machi a una mujer blanca? ¿De qué sirve curar a alguien que se levantará para hacer la guerra y desperdigar más odio? ¿Por qué esforzarse en salvar a un niño de una herida si mañana los wingkos aparecerán y lo matarán mientras duerma? ¿Dónde está el equilibrio de los dioses? 

Es necesaria demasiada humildad, demasiada entrega para una mujer de su inteligencia y capacidad, para aceptar simplemente las palabras de Minchekewün, para enfrentarse a su tarea sabiendo que lo más probable es que muera sola, en mitad de la selva, sin la compañía de nadie más que su águila protectora, condenando a su descendencia a desaparecer al cabo de unas pocas generaciones. Si no puede salvar a todos ¿de qué sirve salvar a algunos? Si no puedo ser feliz ¿por qué hacer feliz al resto de los malvados?

La vida de una machi es una vida de servidumbre y esclavitud. No hay gloria en su poder, no hay respuestas para aquellos que no saben escuchar.

Opinión de La Cautiva

Empezar a leer La cautiva es una auténtica maldición: una vez que la empiezas, no puedes parar de devorar sus páginas. La forma de narrar de Patricia Martínez es increíblemente similar a la de Isabel Allende en sus primeros años y a mí fue capaz de transportarme a aquellos años en los que, joven y tímida, cogí entre mis manos por primera vez La ciudad de las bestias y cómo fui adentrándome poco a poco en un mundo de indios, espíritus guías y animales capaces de desafiar mis convicciones occidentales.

La cautiva tiene… qué sé yo… ¡magia! Es capaz de conectar con el lector de una forma que pocos libros consiguen y se convierte en una novela fácil de leer en una sola tarde debido al ritmo acelerado de sus narraciones. Es cierto que en algunos momentos o capítulos, como aquel en el que llegan a una aldea asolada por una epidemia, hubiese deseado poder quedarme con Antumalen viendo cómo se enfrentaba a la enfermedad y cómo luchaba por sacar adelante a los vivos, así como la ceremonia con la que entierran a los muertos. Hubiera deseado profundizar en el miedo de la joven Amadora cuando el longko afirma que la violará para que le dé hijos y me hubiera encantado permanecer más tiempo desentrañando los misterios de las plantas y de la magia.

Pero al igual que los dos machis, la novela tiene carácter de nómada. Viaja de un sitio a otro sin detenerse el tiempo suficiente como para dejarte pensar y sentir cada poblado, cada relación, cada experiencia. Es solitaria y es real, es cruel y al mismo tiempo tierna y es, sin duda, una de las obras que deberías añadir a tu lista de novelas pendientes.


¡Gracias a Georgia de Promoción de libros por facilitarnos esta novela para su análisis!

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