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Entre brujas, dragones y conjuros: la presencia de los árboles en la literatura fantástica

Los árboles y los bosques siempre han tenido un papel predominante dentro de la novela fantástica. A lo largo de nuestra vida, los cuentos y las historias de fantasía nos han trasladado al interior de bosques peligrosos con caminos recubiertos de migas de pan, brujas acechantes, dragones escondidos y extraños conjuros que hacen que los más aguerridos guerreros caigan de rodillas aterrados ante las raíces de un inmenso olmo.

La forma en la que vemos a los árboles y estos se perciben en las obras bebe directamente de antiguos rituales basados en la wicca y el paganismo y retazos de diferentes religiones diseminadas a lo largo del mundo. Sin embargo, lo realmente interesante es cómo muestran las novelas fantásticas a los árboles y los bosques y cómo estos estereotipos se han perpetuado obra tras obra hasta generar el propio concepto de imaginario arbóreo. La obra de Weronika Laszkiewcz, Into the wild woods: on the significance of trees and forest in fantasy fiction recoge varias reflexiones sobre el tema que hoy he procesado, ampliado y replanteado aquí mismo.

La divinificación del árbol

Entre varios elementos del mundo natural, los árboles y los bosques en particular suelen tener que pasar por varias transformaciones para elevarlos de la categoría de lo natural al de lo sobrenatural. Y es que en la mayor parte de las narrativas fantásticas un árbol de per se dice tan poco a la mente del lector dentro de un pueblo o reino mágico como lo hace en la vida real. Para dotarlo de significado y de importancia a menudo los autores optan por humanizarlos, apoyarse en las prosopopeyas o dotarlos de algún tipo de elemento extraordinario.

El imaginario arbóreo dentro de las obras de fantasía nos permiten arrojar interesantes conclusiones psicológicas y religiosas sobre la forma con la que la humanidad se relaciona con su entorno y su apreciación por la naturaleza.

Así pues, los árboles y los bosques no son solo elementos naturales, sino también símbolos de lo divino y lo mágico en muchas narrativas fantásticas. Esta divinización del árbol tiene sus raíces en las religiones clásicas, que empleaban los árboles como vínculos sagrados entre la humanidad y los espacios celestiales.

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El árbol en las religiones clásicas: de Yggdrasil a la manzana prohibida

Varias mitologías y religiones a lo largo del mundo han empleado los árboles como vínculo sagrado entre la humanidad y los espacios celestiales. En su obra Patterns in comparative religion (1949) Mircea Eliade identifica varios temas recurrentes dentro de la categoría del árbol sagrado y destaca cómo ningún árbol es adorado por sí mismo, sino siempre por aquello que es capaz de revelar o por las implicaciones religiosas o mágicas que tiene.

Sin ir más lejos, todas las grandes religiones del mundo cuentan con árboles de gran poder. La Biblia, por ejemplo, recoge tres de ellos: el árbol del conocimiento del bien y del mal del que cuelga la fruta prohibida del Paraíso (Génesis, 3:4-6, 17-18).; El árbol de la vida del Antiguo Testamento (Génesis, 3:22-24) y por último la cruz de Jesús, a la que se designa como «árbol» en el Deuteronomio, 21:22-23.

El budismo adora el llamado árbol Bodhi (Ficus religiosa) por ser el lugar bajo el cual Siddhartha Gautama alcanzó la iluminación y la antigua religión nórdica y vikinga creían que Yggdrasil, el fresno perene, era el portal a los diferentes mundos.

 

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La mayor parte de estos árboles representan un microcosmos mágico especialmente interesante, ya que estos no solo funcionan como representación del Universo, sino que además, siempre marcan el centro del mundo tal y como lo conocemos. O, lo que es lo mismo: el puente que conecta el bien y el mal, el cielo y la tierra, la vida y la muerte. Es precisamente por esto que los árboles sagrados son siempre perennes: porque su ciclo de vida representa también el de los propios hombres.

Vida y muerte; fertilidad, caída y regeneración. Mientras las hojas de los árboles amarillean, la influencia de su poder llegó a conquistar de tal manera a la humanidad que el imaginario popular creó a figuras humanizadas que condensaran el poder del bosque en sus manos. Entre ellas encontraremos a las dríadas griegas, capaces de detener la vida de aquellos que vulneren la salud de sus bosques, o el famoso Hombre Verde.

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En El Simarillion (1977) de Tolkien descibre a los dos árboles de de Valinor (Telperion y Laurelin) como fuentes de luz. Cuando dlos árboles son destruidos por el diabólico Melkor, sus frutos se convierten en el sol y la luna.

El bosque como lugar de peligros y desarrollo personal

Los bosques, sin embargo, son lugares peligrosos. Lugares que condensan grandes cantidades de magia y donde aquellos incapaces de enfrentarse a sus pruebas pueden acabar formando parte del sustrato que lo alimenta.

El relato de la historia de Gilgamesh (Poema de Gilgamesh. 2500-2000 a.C.) sirvió como punto de partida para las historias de los grandes héroes que deben adentrarse en un bosque para probar su valía, luchar por su supervivencia y renacer más fuerte y sabio que antes.

A menudo no solo los cuentos sino las historias de fantasía muestran los bosques como parte de un territorio amenazante donde los héroes o bien buscan alejarse de peligros externos, o bien son exiliados por el antagonista y deben enfrentarse a varios peligros para poder sobrevivir. La espesura se convierte así en un lugar de crecimiento y transformación. Sin ir más lejos, Dante en La divina comedia (1304-1321) comienza su viaje atravesando un bosque oscuro. Los ejemplos de bosques como portal transformador de los héroes son apabullantes: desde el famoso mago de gafas redondas en la saga de Harry Potter (J.K. Rowling, 1997-2007) que tiene que atravesar una y otra vez El Bosque prohibido para poder lograr su objetivo, hasta el audaz Kvothe en Crónica del Asesino de reyes (Patrick Rothfus. 2007-2011), cuando atraviesa el bosque de los fae solo para encontrarse de frente con un espíritu malvado en forma de árbol llamado el Cthaeh que usa su don de la clarividencia para atormentar a aquellos que se le acercan.

En la ficción de Tolkien, un viaje a través de un bosque intimidante es un elemento estándar de la búsqueda: Bilbo y los enanos necesitan pasar por el ominoso Bosque de las Tinieblas, mientras que Frodo y su compañía son forzados a adentrarse en el hostil Bosque Viejo donde son rescatados por Tom Bombadil, luego exploran la hermosa Lothlórien, y más tarde Pippin y Merry buscan refugio en Fangorn donde descubren a los Ents.

Esta forma de percibir los bosques como espacios de transición y transformación quedan bastante claros al verlos desde una perspectiva junguiana y comprender que estos sirven como manifestación del subconsciente. Recordemos que las Crónicas de Narnia de C.S. Lewis (1949- 1954) los niños entran a Narnia a través de un armario, solo porque la madera con el que está construido procece de un manzado que Aslan se trajo del reino de Digory Kirke (El sobrino del mago. 1955).

Otras obras optan, sin embargo, por dotar a los bosques de un áura más positiva. En el mito de Arcadia dentro de la mitología griega, el reino arbóreo de Pan es un lugar donde todo el mundo puede vivir en paz. William Shakespeare en El sueño de una noche de verano (1605) convierte los bosques en un escenario dotado de la comedia donde se sacan a la luz los errores de las hadas y los humanos y el monte de Robin Hood daba refugio a los parias y pobres frente a la opresiónde un gobierno corrupto.

A lo largo de la literatura fantástica moderna, especialmente tras la influencia de la obra de J. R. R. Tolkien, se ha tendido a agrupar bajo el mismo nombre a las hamadríades o dríadas del bosque con los elfos. Las dríadas y especialmente las hamadríades son entes relacionados de tal forma con su bosque que mueren si talan sus árboles. Precisamente por ello se convierten defensoras y agresivas guardianas de sus fronteras, atacando a cualquier humano que ose traspasar sus caminos. En Bautismo de Fuego (Andrzej Sapkowski. 1996) el brujo Geralt de Rivia acude a Brokilón, el hogar de las dríadas, a pesar de su manifiesta hostilidad contra los hombres, en busca de salvación y cura.

Lo que está claro es que muchos autores de fantasía moderna han reconocido el potencial que tienen los árboles y bosques para ser el espacio mágico perfecto en el que los héroes realicen su metamorfosis física e intelectual. Es decir, que los árboles se convierten de pronto en agentes importantes a la hora de resolver conflictos.

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Los árboles y los bosques como representación de la relación del ser humano con la naturaleza

Otro de los elementos más significativos del género de novela fantástica y del imaginario arbóreo son los bosques legendarios, a menudo descritos con arcianos centenarios y protegidos por guardianes divinos. Estos guardianes son la clave de cómo se construye la narración y suelen dotarlos de habilidades o fuerzas sobre-humanas o o de algún tipo de capacidad para poder sentir y contar con una conciencia colectiva con el bosque que, en ocasiones, se manifiesta a través del odio hacia humanidad.

Y es que a menudo este tipo de historias también nos permiten examinar la posición de los seres humanos respecto a la naturaleza: apoyados por la humanización de los árboles la literatura de género hace una crítica hacia nuestra sociedad y la manera en la que se relaciona con el entorno natural, haciendo que nos replanteemos la destrucción que la codicia genera. Sin ir más lejos en El señor de los anillos el conflicto entre Saruman y los Ents es simplemente un aviso y una advertencia de lo que puede pasar a la humanidad cuando se olvida de sus obligaciones y deja de proteger a los bosques. Obsesionado por lo el progreso en sus planes, Saruman encarna el capitalismo moderno en el que las ambiciones industriales vasallan el entorno y la naturaleza a cambio de un sustento económico o militar. Asimismo, la obra de Holstock Time of the tree publicada en 1989 cuenta con una advertencia similar. La obra cuenta la historia de un científico, el cual por accidente acaba mimetizándose con la tierra. Al ser consciente del daño que se le hace al planeta en nombre del progreso, el científico decide exterminar a la humanidad para salvar al mundo.

No todo es negativo y muchos autores de novela de fantasía deciden enfocar este tema desde una perspectiva más positiva. Por ejemplo, la recuperación de una relación más personal y más íntima con los árboles y con los bosques es un motivo muy recurrente en las obras de Charles de Lint. Desde su debut de 1984, De Lint ha ido creando una gran cantidad de obras en la que los héroes se ven profundamente afectados por su relación con la naturaleza y donde los bosques son siempre representados como lugares míticos y sagrados llenos de magia. Esta visión sacramental y prácticamente religiosa de comunión de los héroes con los bosques ha inspirado una enorme cantidad de obras posteriores.

En conclusión:

La novela fantástica se ha apoyado de los árboles y los bosques, elevándolos para convertirlos en espacios de desafío para los héroes, en lugares mágicos y sagrados y en el resultado de un complejo proceso de transformación personal. Son los portavoces no solo de nuestra relación con la naturaleza, sino también con nosotros mismos. Representan el cambio, lo divino y lo transformador y son por tanto, per se, protagonistas de las novela fantásticas desde su nacimiento y un elemento indispensable del género.

Sin duda alguna hay decenas de ejemplos que no he podido contemplar en este blog. Pero lo que está claro es que los árboles y los bosques no solo son elementos naturales en las novelas de fantasía, sino también símbolos divinos y mágicos que han sido perpetuados obra tras obra hasta generar el propio concepto de imaginario arbóreo. La divinización del árbol tiene sus raíces en las religiones clásicas, que empleaban los árboles como vínculos sagrados entre la humanidad y los espacios celestiales. Este microcosmos mágico representa el puente que conecta el bien y el mal, el cielo y la tierra, la vida y la muerte, y es precisamente por esto que los árboles sagrados son siempre perennes: porque su ciclo de vida representa también el de los propios hombres.

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